Han permanecido allí, en lo alto, en aquel friso visible con ojos de dioses. Desde nuestra perspectiva como humanos es prácticamente inapreciable. Estamos dentro de la Iglesia de Santa María de la Sangre, uno de los mejores ejemplos de iglesia de conquista, construida sobre la antigua mezquita mayor, de Llíria, en Valencia.
En su artesonado mudéjar y los frisos se presentan diversas escenas caballerescas, de animales del bestiario medieval y de motivos vegetales y heráldicos y desde la regiduría de cultura del ayuntamiento se hizo el encargo a Jota Martínez, dedicado desde hace varios años a la reconstrucción de instrumentos medievales, su investigación y su interpretación, para que se reconstruyesen bajo su supervisión, puesto que que fue declarado Monumento Nacional por el Ministerio de Cultura, el 29 de septiembre del 1919 y el pleno municipal por unanimidad declaró este año en curso la conmemoración de su centenario.
En la reconstrucción de los instrumentos musicales como flauta de una mano + tambor, cuerno de caza, añafiles, guiternas – llaút guitarrench, vihuela de arco, rabeles o rubebas y otros participaron luthieres especializados como Asier de Benito o Marco Salerno cuyos trabajos son de excelente acabado y temperamento estético y sonoro. Asimismo Jota Martínez ha hecho un estudio organológico del trabajo titulado ‘Instrumentos para trovar y danzar en la Llíria del siglo XIII’ pendiente de publicación tras el éxito obtenido con su libro ‘Instrumentos de la tradición medieval española’ cuya segunda edición está ya en el mercado.
La presentación de los instrumentos reconstruidos se hizo en un concierto que ofreció Jota Martínez y el ensemble que lo acompaña con música de la época, en la misma Iglesia dentro del festival dedicado a la música antigua y patrimonio, Desenllaç.
Agradecida al ayuntamiento de Llíria por catapultar la cultura y el patrimonio hasta lo más alto con apuestas integrales como esta y a Jota Martínez, por la oportunidad de acompañarlo en este viaje, desde el siglo XXI para vivir la experiencia intensa de acariciar estos instrumentos revividos y volver a escuchar la música que con ellos se pudo hacer, por primera vez desde que los dedos de aquel pintor del siglo XIII dejasen en el friso de la Iglesia de la Sangre la visión que de ellos tenía.