Juego de las diferencias

Juego de las diferencias

Detallar la contribución judía a la cultura española durante siglos de convivencia en los que tu casa era su casa es tarea imposible, al igual que imposible es hacerlo con vasta aportación de la de los musulmanes. Por citar algunas de las personalidades, tenemos el jienense Hasdai Ibn Shaprut, médico de dos califas fue quizá el primer hispano-judío cuya vida se conoce con cierto detalle, al podemos añadir el filósofo y poeta neoplatónico  Ibn Gabirol, amenazado con un anatema de expulsión pues la ortodoxia judía le acusa de haber abandonado el camino derecho, tras escribir su principal obra, la fuente de la vida o Samuel Ibn Negrella, Abu Ibrahim para los musulmanes, poeta, educado por los mejores maestros tanto musulmanes como judíos y visir de los monarcas beréberes de Granada que finalmente fue asesinado junto a miles de judíos en 1066 en una revuelta popular que se produce en esta ciudad y quien firma estos versos:

La guerra al principio es como una joven muchacha

Con la cual todo hombre desea flirtear.

Y al final es una mujer vieja.

Todos los que se la encuentran se sienten

afligidos y lastimados.

…y seguiríamos con matemáticos, médicos, cabalistas, traductores, juristas, astrónomos, pensadores…hasta acabar con Maimónides, (judío) discípulo de Averroes (musulmán) al que cobijó y protegió en su propia casa, que trató de conciliar religión y razón, ciencia y fe, e iluminó el camino a muchos pensadores posteriores, siendo considerado en ciertos ámbitos conservadores un hereje de su religión, al igual que el propio Averroes por los suyos cuando a  finales del siglo XII una ola de fanatismo integrista islámico invadió Al-Ándalus después de la conquista de los almohades y fue desterrado y aislado prohibiéndose asimismo sus obras.

No sé si consigo explicarme. La guerra la lleva cada hombre en su interior, en su corazón, igual que la paz. El que lleva en su pecho una espada la empuña contra todo: amigo o enemigo, vecino o forastero, desconocido o hermano.

Ya hace casi treinta años, uno de mis maestros me regaló un poema, enmarcado. Tardé casi veinte en encontrar y vivir su significado. Era del poeta murciano más universal, Ibn al-Arabi.

“Hubo un tiempo,
en el que rechazaba a mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas

y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el amor.
Da igual,
a dónde vaya la caravana del amor,
su camino es la senda de mi fe.”

 

 

Año de 2006. Hoy hemos ido al gran Bazar con Jane, la periodista de froots, uno de los más grandes y antiguos del mundo, cuyos orígenes se remontan a la época de Mehmed II, cuando en 1455 construyó cerca de su palacio el antiguo bazar (Eski Bedesten) y alrededor del mismo se fueron instalando, formando calles gremiales, talleres de artesanos. Paseando le llamaron la atención los colgantes con el ojo turco tan típicos y visibles por doquier, el tradicional kilim, la manta tejida gruesa con sus reconocibles geometrías y los cuencos y platillos de cerámica con los mevlevi (con los derviches giróvagos).

Pero Jan solamente compró especias, en el Bazar Egipcio (Misir Carsici) al que nos dirigimos después y cuyo nombre proviene de cuando la ciudad marcaba el final de la ruta de la seda y era el centro de distribución de toda Europa.  Un bazar relativamente pequeño, de tan solo un centenar de tiendas, en comparación a las más de 3.500 del Gran Bazar, con 64 calles interiores y 22 puertas. 

Dulces, tés, frutos secos, especies y algún souvenir conforman los artículos que se pueden encontraran y que atraen a cientos de turistas diariamente por su posición estratégica. Jan y yo confundimos a los vendedores apostados en las tiendas cuyo objetivo máximo es la venta y a 10 metros ya nos preguntan dubitantes __españolas?__, inglesas?, rusas?…es el mismo juego de siempre. Nosotras nos miramos, sonreímos y seguimos avanzando entre el juego de colores de las montañas de especias en polvo y sus diferentes olores, toda una inmersión sensorial que quedará grabada en nuestra memoria por mucho tiempo.

Antes hemos dado un paseo a primera hora de la mañana por el Bósforo, el histórico estrecho que separa los dos continentes, el europeo y el asiático, y que discurre a lo largo de treinta kilómetros entre el Mar Negro y el de Marmara. Después, en su punta más meridional, al sur, el estrecho se une al “Cuerno de Oro” y también al Mar de Marmara, las aguas del cual dividen y rodean la ciudad. Hemos ido con uno de esos barcos acondicionados para complacer a los turistas que se dejan el contenido del monedero en las tiendecitas, museos, hoteles y tranvías, autobuses y barcos, cafés y restaurantes de esta ciudad fría a estas alturas del año. Al subir al barco el humito de las teteras se eleva y dibuja en el aire volutas densas que reconfortan con solo verlas.

Sube el vendedor de panecillos en forma de ‘o’ coronada de sésamo tostado, ensartados en un palo, como de escoba, sin ningún ornamento ni disimulo. tomamos de inmediato tres y los devoramos por el entusiasmo y la excitación del viaje.

La cubierta va llena de turistas nacionales y unos pocos de los de fuera, pero van muy serios, me siento un poco incómoda con esta sonrisa, no sé si más senil o infantil, que se me sale por la boca. No tardamos en bajar a la barriga del barco, a los diez minutos de zarpar, la cubierta se quedará vacía y silenciosa. El aire viene tan frío desde el mar que hiere. Los pajarillos comunes se comen las migas del panecillo de sésamo que nos han caído encima de la madera ensamblada del suelo de la embarcación, sin abrigo, a cuerpo gentil que diría mi madre.

El barco nos lleva cerca de la orilla para que veamos los palacios y mezquitas edificados: El Dolmabahçe Sarayi, la residencia de los últimos sultanes y lugar elegido por Mustafa Kemal, el padre de la República turca, para ubicar su cuartel general; el Çirağan Sarayi, Yildiz Sarayi (El Palacio de la Estrella)… Se suceden imponentes edificios que gozan de nuevo cometido, desde hotel de lujo o casino a barracas de pescadores, de madera ennegrecida por las humedades, con los botes de pesca y aparejos encima la arena y los perros tranquilos acostumbrados al ronquido incesante de los vapores que ya ni levantan la mirada, solo al bostezar, junto a las puertas. Tomamos té y conversamos, le voy dando cuenta a Jan de todo aquello aprendido en los viajes a Estambul estos pasados años. El vapor iba avanzando con ritmo lento sobre las aguas gélidas y dejaba atrás tiempo y vivencias, ahora expandidas e intensas y que dentro de otro tanto quedarán comprimidas en una graciosa forma futil y redonda sin aristas, como las nubes que exhala la tetera.

Mara Aranda presentará nuevo disco en enero de 2019 
dedicado a la música sefardita turca.
Este blog nos invita, en cada entrega, a recorrer la 
geografía musical del Mediterráneo Oriental, donde el 
presente y el pasado de la autora se ven reflejados con 
extractos de sus diarios personales de bitácora (en cursiva    los relativos a su viaje de estancia en Estambul en 2006 y en  normal los del actual diario de grabación de Sefarad en el 
corazón de Turquía, día a día).

Published by Mara Aranda

Mara Aranda es una de las intérpretes más aclamadas surgidas de la escena española. Casi tres décadas durante las cuales ha investigado y cantado músicas turcas, griegas, occitanas y músicas antiguas, medievales y sefardíes, que han dejado como resultado casi una veintena de discos propios de excelente factura merecedores de premios y reconocimiento por parte de público y también de medios especializados.

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