Nuestro planeta está situado exactamente entre el sol y la luna, cuyo hemisferio visible ha alcanzado su mayor iluminación y permite ver las cerraduras para que las llaves encajen perfectamente en ellas y se abran las puertas cerradas, en este plenilunio de noviembre. Oigo a las vecinas hablar sin parar en la calle. Después de unas semanas de intensas lluvias, la gente quiere salir, alternar e intercambiar humores. Se cuentan y no acaban esto y aquello que ha sucedido en los días pasados. Hablan, ríen y hasta gritan. Sus conversaciones casi entran por los micrófonos del estudio. Sí, es la luna de noviembre en la que todo lo que se ha callado estalla.
Me encuentro inmersa desde este fin de semana en la grabación del nuevo disco, el segundo de una pentalogía, dedicada a las principales geografías de la diáspora sefardí. En 2017 vio la luz Sefarad en el corazón de Marruecos, disco que recibió el galardón al ‘mejor disco de WorldMusic del año’ quedando también en 9ª posición de toda la producción discográfica mundial según la Transglobal World Music Chart, y en poco más de un mes lo hará el dedicado a Turquía. Todo está yendo muy deprisa en las últimas horas para acabar, cerrar un capítulo de esta especie de libro musical que además está conectado tan íntimamente con lo vivido. Y sí, ahora recuerdo que en la última conversación telefónica que habíamos mantenido me decías que – las deudas que tenemos con amantes, maridos, amigos, socios, deben ser saldadas, ahora. Justo ahora es el momento propicio según la disposición astral– .
Decía, hace un rato, cuando escribí el blog del disco anterior que la inspiración principal era la paz como entidad con poder para reajustar las potencias enfrentadas de las diferentes culturas y religiones, filosofías y tradiciones. Y aquí sigo, con mi cincel de agua labrando poquito a poquito la dura piedra. Quién sabe al final de mis días qué podré ver de esta mole informe. Quizá el borde de una uña, el final de un solo cabello o un lunar en el cuello. Y quizá esto sea tirando muy alto. Pero yo desde aquí, tú desde allí todos seguimos esculpiendo sin descanso.
Justo tal día como hoy empecé a hacer un diario en mi estancia en Estambul de viaje e investigación, de eso hace ya unas cuantas lunas, pero ahora me gustaría compartirlo contigo. El presente es una proyección de lo que ha sido nuestro pasado y un augurio de nuestro futuro.
Conocida por los turcos, antes de conquistarla, como Kostantiniye y después, por una corrupción de stin poli que significaba, en griego, “en la ciudad” o “hacia la ciudad”, ante mí la sultana: Estambul.
Hoy he perdido de vista la impresión de que estoy aquí de paso, que todo tiene la provisionalidad de un fin de semana, la caducidad de un billete con
la vuelta cerrada. Se han quedado atrás las toallas blandas de hotel, en el que me he alojado hasta ahora, los jaboncitos cuadrados demasiado hidratantes, la calefacción excesivamente alta de las cámaras.
Me he encontrado con Huriye, una abogada de treinta y un años que después de vivir veinte aquí en los cuales hizo su carrera de derecho, ha decidido irse a vivir a la Capadocia, a seis horas de aquí, con su novio. Hemos quedado en el hotel Aksaray, cerca de la parada del tranvía del mismo nombre. Ha venido ella a buscarme. De repente ha sonado el teléfono y me esperaba en recepción con el impermeable, el sombrero de pana rojo y los zapatos de goma que no cambiaría en todos los encuentros mantenidos con ella en mi estancia.
Nos dirigimos a Kumrulu Shohak, el nombre de la callejuela tranquila donde está el apartamento. Después de bajar tres niveles hacia el interior de la tierra, la puerta se abre y muestra cuatro estancias: cocina donde solo cabe una persona, lavabo donde cabe una persona pero de lado, un saloncito con una mesa, sillitas, televisor y sofá y, por último un dormitorio con una sola cama. El salón y el dormitorio tienen unos grandes ventanales, casi toda la pared, que dan a un pequeño jardín con algunas alegrías: una palmera de tres metros de altura; un níspero, otro árbol mucho más grande con un tronco potente que cortaron en algún momento pero que ha vuelto a brotar por no menos de treinta lugares diferentes y muchas enrredaderas.
Huriye prepara un té “a la turca”. Primero calentando el agua con una tetera aparentemente igual que las nuestras, de estas de porcelana que al pegar un
golpecito por donde sea salta el esmalte y deja ver el metal que se oxida rápidamente; después poniéndole las cucharadas de té en conformidad al número de invitados, previamente lavado porque dice que trae polvo, de los caminos que ha andado, que hace que su sabor sea diferente, menos agradable al paladar. Pone al fuego otra tetera, de dimensiones superiores, solo con agua, a la que se acoplará perfectamente la menuda y calentará, lentamente, al baño maría, el té que ha colocado en el cacharro superior.
Después de charlar un rato hemos cenado un arroz con judías, ajos tiernos y huevos fritos; una ensalada central con pepino y queso y Huriye se ha despedido a una hora prudente pues ha percibido que mi cansancio puede más que las emociones y sentimientos. Antes de cerrar los ojos pienso en mi abuelo que dio cobijo bajo su techo a tantos amigos que no pudieron proveérselo, que pasaron momentos difíciles en la vida y para los que siempre tenía un matalàs i un got de vi, por tiempo indefinido, sin condiciones.
Luna de la siembra del grano, luna de las flores o luna de leche es como se la conoce en diferentes tradiciones ancestrales a esta luna de noviembre que representa el poder femenino, las Diosas Madre. A ella me encomiendo y le doy gracias por tener techo, cama limpia y entendimiento para empuñar el lapicero que dé vida a lo que de otro modo estaría muerto.
Mara Aranda presentará nuevo disco en enero de 2019 dedicado a la música sefardita turca. Este blog nos invita, en cada entrega, a recorrer la geografía musical del Mediterráneo Oriental, donde el presente y el pasado de la autora se ven reflejados con extractos de sus diarios personales de bitácora.