Posiblemente una de las canciones menos versioneadas de las que yo tenga constancia, y una de las más bellas del cancionero sefardí.
La grabación de esta pieza fue ardua y difícil, muy difícil. Antes de que grabara el coro de cámara Elí Hoshaná ‘ciudad de Lucena’, yo tendría que haber registrado la voz definitiva en estudio, pero estaba tan resfriada que tuvimos que posponerlo, teniendo que grabar primero el grupo coral, en base a una versión improvisada, con el ritmo y las emociones del momento que imprimí en cada una de aquellas frases cantadas. Reproducir eso exactamente, después, es muy difícil porque cada una de las frases de la canción seguía una pulsación diferente, totalmente intuitiva, sin una guía rítmica ni patrón alguno. El coro grabó siguiendo esta primera versión a la que llamamos ‘guía’. Cuando tuve la voz a punto para revivir ‘La infantina’, era imposible encontrarme con la que yo había sido en el pasado, cuando grabé esa versión inicial. Imposible desandar el camino andado, igual en la vida que en lo cantado.
Según la versión de Alicia Bendayan, tetuaní, grabada en 1983 en Ashqelon por S. Weich y nº de referencia en el archivo de la biblioteca nacional de Jerusalén NSA Y 3994/6.
Estamos ante un romance que aparece ya documentado en el 1550, en el primer Cancionero de Romances impreso (en Amberes, c. 1248) y que ‘ha pervivido en la tradición oral portuguesa, catalana y (vuelto a lo divino) también en la castellana. Es uno de los pocos romances en que aparecen explícitamente elementos mágicos o maravillosos que tal vez tengan como trasfondo antiquísimas creencias en torno a las divinidades femeninas de los árboles.’ Susana Weich en su Romancero sefardí de Marruecos, antología de tradición oral.
En efecto, en el transcurso del romance, en algunas versiones peninsulares y sefardíes encontramos similar la descripción de la niña que está en las plateadas ramas, las más altas de aquel árbol, peinando sus cabellos con un peine de oro y que ‘del lado que los parte, toda la rama cubrían’ mientras de sus ojos emanaba tal luz que ‘el monte esclarecía’. El desenlace original sólo se encuentra en las ramas sefardí y catalana del Romancero y en las más antiguas versiones conocidas de tradición portuguesa (del s. XVII y del s. XIX).
En palabras del insigne Ramón Menéndez Pidal este romance brilla por su “hermosura y delicadeza” que al que considera, junto a los de ‘Arnaldos’ y ‘Fontefrida’, el grado más alto “de esta maravillosa poesía”.
[2] La escena del encuentro del caballero con la “infantina” tiene, sorprendentemente, un paralelo en la historiografía medieval. Cuando Sancho IV, en la segunda mitad del siglo XIII, patrocina una compilación histórica sobre la mayor empresa caballleresca de la Cristiandad occidental, la conquista de Tierra Santa, basada en textos franceses, esa gesta de los caballeros de Dios se había teñido de elementos míticos procedentes de la tradición folklórica pre-cristiana. La historia de “El caballero del cisne”, con que se prologa la de Godofredo de Bouillon, comienza contando cómo el conde Eustacio, yendo de caza, por un monte tan temeroso que ningún otro hombre del mundo osaba entrar en él, descubre, escondida en una encina hueca, una infanta muy hermosa, grande y de buen donaire, que piensa ser el diablo o cosa que se le pareciera. Aunque el conde, lejos de dejar a la Infanta sola en el monte, la envía con un escudero a casa de su madre, las dos escenas es claro que entroncan (aunque ambas se desvíen de él) con el “modelo” de leyenda que se suele llamar “Melusiniana” (por tener como manifestación más famosa “Le Livre de Mélusine” de Jean d’Arras), donde la mujer hallada en el bosque es realmente un ser sobrenatural.
El árbol al que se refiere es el roble, de crecimiento lento y que puede estar aumentando hasta que cumple los 200 años. La principal característica del roble es la dureza de su madera y su longevidad.
A cazar iba el caballero a cazar como solía.
Los perros le iban cazando y el halcón perdido iba.
¿Dónde le cogió la noche? en una oscura montiña,
donde canta la leona y el león le respondía.
Donde cae la nieve a copo y el agua menuda y fría.
– ‘Oy, válgame Dios del cielo, oy qué bonito cantare.
Si son ángeles del cielo o serena de los mares.’ –
– ‘Ni son ángeles del cielo ni serena de los mares.
Persona soy caballero, como vos fui yo nacida.
Estas fadas me fadaron y en haldas de una mi tía.
Que me quede siete años en esta oscura montiña,
hoy se cumplen los siete años o mañana el medio día.
Por tu vida el caballero, lleveisme en tu compañía.
O lleveisme por mujer o lleveisme por amiga
O lleveisme por esclava, os serviré toda mi vida’. –
– ‘Madre vieja tengo en casa, su consejo tomaría.’ –
Y el consejo que le diera por mujer la más querida.
Dio de vuelta el caballero no halló roble ni niña.
Siete duques la llevaban y un rey que más valía.
Su padre y sus siete hermanos que en su búsqueda venían.
Hombre que tal prenda pierde ¿qué castigo merecía?:
que le aten pies y manos y le arrastren por la vía.
Notas:
-Halda: falda, ala
https://youtu.be/jyU5Phoq2mM