Ahora recuerdo a todos los que no están aquí. Los recuerdo desde mi consciencia, desde este ‘estar despierta’.
Siempre llegamos tarde, posiblemente porque no estamos programados para pensar en que somos finitos, en que tenemos fecha de caducidad.
Ahora preguntaría a mi abuela por su suegra ‘la bouera’, aquella que tenía bueyes y con ellos cada noche salía de su casa, cuatro paredes en medio de la marjal de la Albufera y haciendo camino, quizá eran tres o cuatro horas, llegaba hasta las poblaciones costeras, donde ayudaba a entrar y sacar las barcas de los pescadores para hacerse a la mar. Le preguntaría, pero están ambas muertas.
Ahora sé, porque desde hace unos meses que ya sumados hacen más de un año, que al menos hasta 1570, todos los míos eran de esta misma comarca. Empecé a buscar mis antecedentes familiares en los archivos catedralicios. Fui persiguiendo a esas ánimas, de página en página, retrocediendo en el tiempo de una frágil cadena que en cualquier momento, perdía un eslabón y ahí inevitablemente acababa una parte de esa historia que ahora sé que será muy larga. Pero tantísimas partes de esa cadena, eslabones, hombres y mujeres con nombre y apellidos que nunca podremos recuperar se me han quedado en esa otra parte a la que nunca podré llegar, que me pesan. Muchos de los pueblos de esta Valencia nuestra, perdieron todos sus archivos en la guerra civil y no queda ni un solo registro más allá de los de las últimas décadas.
Los Aranda de Almussafes y Castelló de la Ribera, los Vives de Benifaió y Catarroja, de Catadau, Alfarp y Llombai los Novergues, los al-Zamora de Pardines, de Albalat de la Ribera los Bosch, de Benimodo los Piegalí, de Alginet los Aleman o los Gurrea, de La Font de la Figuera los Torró, de Torrent los Salom… algunos de los pueblos en donde vinieron, gozaron y sufrieron hasta dar en la tierra con sus huesos.
En mis sueños les hablo y me hablan. Es en esa franja entre la vigilia y el sueño, lo concreto y lo etéreo, lo pragmático y lo inconcreto donde nos unimos los vivos y los muertos. No siempre acierto a comprender lo que sus bocas me hablan y lo que sus silencios callan, pero insistentemente me tienden las manos y me invitan a saber lo que no llegue a tiempo a preguntarles cuando aún sus bocas podían besar, a conocer sus andanzas.
Ahora preparando está endecha para enviarla a Antonio Rodríguez, el director del coro Eli Hoshaná de Lucena, canto y no estoy sola. Los que no están, con su presencia nos honran. Pronto viajaremos para conocer la ciudad y registrar con la coral este canto ancestral,que cuando aún no tenía palabras compuestas eran tan sólo gritos, suspiros, alaridos y llanto, preguntas sin respuesta.
Viajaremos y con nosotros vendrán aquellos que nos acompañan allá donde vayamos, como una estela.