A todos nos convidará la muerte

A todos nos convidará la muerte

Endechar es una palabra que se utilizaba en el pasado y que significa cantar cantos de duelo, lamentarse o cantar lamentos.

En el Talmud, libro sagrado judío, se habla de la flauta de las bodas y la flauta de los muertos, especificándose además que en  las endechas al menos toquen dos flautas acompañando el canto.

Este uso no es exclusivo del pueblo hebreo y está bien representado en la cultura egipcia, entre los griegos y romanos, llegando incluso a nuestros días.
Los romanos daban el nombre de praefica a la mujer principal de cada comitiva de lloronas, que presidía las lamentaciones y la que daba a sus compañeras el tono de tristeza que convenía según la clase del difunto. Cubiertas con velo y portando un vaso ‘lacrimatorio’ para guardar en él las lágrimas vertidas y enterrarlo en la urna junto a las cenizas al difunto,
La palabra se halla bien documentada en castellano a partir de la Edad Media. Tiene paralelos como el gallego endeita, el portugués endecha y el francés lendit. Manuel Alvar aseguraba que “hoy, a la vuelta de muchos años, en Galicia se suele facel-o pranto por mujeres próximas o por plañideras asalariadas; lo mismo que se hace en la zona cántabro-pirenaica o en Sanabria”. Julio Caro Baroja ha afirmado también, en Los vascos (1949), que “a mediados del siglo XIX había pueblos de Vizcaya (como Elanchove) en que existían famosas plañideras pagadas […]. Las había de varias clases, unas simplemente lloraban y se lamentaban de modo espectacular, pero otras entonaban elegías”. Molho (1950: 20-21) habla de las mujeres sefardíes de Salónica “rompiendo ruidosamente vasos y platos, arañádose la cara o  arrancándose el cabello”.

Nos dice José Manuel de Pedrosa que  ‘el arraigo que entre los judíos tenían las fiestas de duelo, penitencia y expiación, y la profunda cohesión de sus estructuras familiares, explican que sus actos fúnebres llamasen la atención, por su especial dramatismo, de los cristianos, y que en la literatura cristiana de la Edad Media y del Renacimiento alcanzase rango de tópico el de la especial adecuación y destreza de las mujeres judías para llorar no sólo a sus muertos, sino también (a cambio de dinero) a los de los demás. Muy célebre fue, en efecto, un refrán antiguo que hablaba de “la judía de Zaragoza, que cegó llorando duelos ajenos”.

Según José Benolíel, ilustre estudioso de las costumbres de las comunidades sefardíes de Marruecos, “las oyinaderas, plañideras o carpideras ejercían el oficio, remunerado, de llorar a los difuntos, acompañando su llanto con cánticos adecuados a las circunstancias, llamados oyinas, saltando en círculo al compás de aquellos cantos, mesándose los cabellos desgreñados, carpiéndose las mejillas con las uñas o con tiestos untados de hollín, dándose estruendosas bofetadas y, de tiempos a tiempos, prorrumpiendo todas juntas en alaridos desgarradores, con las voces woh! who! En los intervalos de estas grandes explosiones, la principal de las plañideras, con acento lastimero y notable elocuencia, enumeraba las cualidades físicas y morales del difunto, sus virtudes, sus actos de beneficencia, etc., y dirigiéndose a los presentes, les recordaba lo que le debían de cariños y servicios y cuánto cada uno con su muerte perdía. A estas demostraciones de dolor se asociaban todas las personas de la familia, y estas escenas duraban en cuanto se procedía a la inhumación y entierro, quedando todas las mujeres presentes rendidas y ensangrentadas”.

Según otro ilustre especialista, Paul Bénichou, “estos textos monótonos son, en verdad, impresionantes: conmueven por la misma pobreza y violencia de sus recursos, y su aspecto a veces estragado, como los hubiera arruinado el dolor, aumenta quizá su fuerza fúnebre. Hay que notar que ese tipo de endechas es el que con más dificultad han conseguido los recolectores […]. Ello se debe a que esos textos son los verdaderos llantos de muerte usados tradicionalmente, en los cuales la desgarradora expresión del dolor sólo admite recursos literarios sencillísimos. Son y recuerdan la muerte, y por eso son los que inspiran más miedo”.

Manuel Alvar puso sin embargo las cosas en su justo sitio: “pensar que el guayar, las endechaderas o cualquier otra de las costumbres anotadas fuera cosa de judíos es simplificar las cosas, y aun faltar a la verdad… El planctus era tan judío como cristiano, o griego, o romano”.

Muchos son los estudiosos que han dedicado sus trabajos al tema de las endechas como Arcadio de Larrea  en sus Canciones rituales hispano-judías (1954). También Juan Martínez Ruiz, en su “Poesía sefardí de carácter tradicional (Alcazarquivir)” (1963) ,  Manuel Alvar en sus Endechas judeo-españolas (1953 y 1968) o los estudios de Paloma Díaz-Mas sobre los cantos luctuosos tanto del norte de África como del Oriente mediterráneo.

Sigue Pedrosa en su intersantísimo estudio sobre las endechas diciendo que ‘Los textos poéticos de las endechas sefardíes son extraordinariamente valiosos desde el punto de vista de la historiografía literaria. Ha sido posible, por ejemplo, documentar los versos iniciales de un viejísimo Razonamiento que faze Johan de Mena con la Muerte cantados tradicionalmente en los funerales de los judíos de Marruecos. Y los versos de unas Coplas de la muerte como llama a un poderoso Cavallero impresas en un pliego gótico castellano de 1530 han sido atestiguadas como endechas tradicionales entre judíos de los Balcanes en el siglo XX. De extraordinaria emotividad son las Endechas por la muerte de Behar Carmona, que recuerdan la muerte de un judío turco muerto por un soldado armenio. Y enormemente interesante es también el fenómeno de la adaptación y conversión en endechas de determinados romances (véase romance*) sefardíes, algunos de ascendencia hispánica como el de La muerte del príncipe don Juan, a las ocasiones luctuosas de los judíos tanto de Oriente como del área del Estrecho’

¿Por qué los hombres que sufren convierten en música sus llantos de luto? Con el objeto de que, sobre todo en el caso de las mujeres, la causa del dolor se dulcifique al ir acompañada del canto de duelo decía el Tractatus de musica de Ieronimus de Moravia. Henriette Hazen nació en Tetuán y cantó al mundo en su disco ‘De Tetuán a Orán’ un magnífico ejemplo, uno de los más bellos que he escuchado, tanto por su melodía como las palabras que aciertan a describir el momento. Gracias Henriette, estés donde estés.

 

Published by Mara Aranda

Mara Aranda es una de las intérpretes más aclamadas surgidas de la escena española. Casi tres décadas durante las cuales ha investigado y cantado músicas turcas, griegas, occitanas y músicas antiguas, medievales y sefardíes, que han dejado como resultado casi una veintena de discos propios de excelente factura merecedores de premios y reconocimiento por parte de público y también de medios especializados.

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