Cordones de seda

Cordones de seda

 

Hoy es 1 de diciembre, continuamos con la grabación de Sefarad en el corazón de Turquía, ya en sus últimos días. Trabajamos sobre las cuerdas metálicas del santur (palabra persa que significa ‘cien cuerdas‘) para  enfrentarnos a la muerte. Cada una de sus cien cuerdas, como cien espadas de afilada hoja de su guardia, no fueron suficientes para salvar al duque de su destino. El hijo del papa Borgia, Alejandro VI apareció muerto en el Tiber con su bolsa de dinero intacta, su primogénito y favorito, capitán de las tropas papales y heredero del ducado de Gandía (Valencia). Su nombre era Juan y cuando apareció con cuchilladas en la cabeza y el torso y con la garganta cortada en el río, tenía tan solo 22 años, pero ya había vivido. Se encontraba en aquel momento pendiente de un viaje a Valencia junto a su hermana.

Miguel Ángel Orero es el encargado de narrar con la pulsación enérgica y sostenida, profundamente cortante del metal, el dolor del Papa Borgia que estuvo tres días recluido, sin probar bocado tras su muerte. Hay un embate de los macillos contra las cuerdas  que vibran y cuentan con la sucesión dramática de notas que no consiguen alejarse, se quedan enganchadas y despiertan otras dolorosas pasiones, padecimientos, sufrimientos vividos en carne propia, la historia entre la verdad y el boca a boca, de esta familia valenciana que dio dos papas: Calixto III y Alejandro VI, este último admirado por Maquiavelo y protector nada menos que de Copérnico, Leonardo da Vinci o el gran Miguel Ángel y páginas y páginas de su negra historia. Se ofreció dinero a aquel que pudiera ayudar a dar con los culpables pero el único rastro, que nunca conduciría a nada, fue el testimonio de un pescador que dijo haber visto al grupo arrojar un cadáver al agua, del que se hace eco el romancero.

Hoy es un día de duelo.

 

 

Hoy es 1 de diciembre y hace once días que estoy en la ciudad de las siete colinas, que nos recuerdan el vínculo histórico de Estambul con Roma, la sede del Imperio Romano en Occidente y la Costantinopla de Costantino, en Oriente.  La construyó tomando como modelo a Roma y de ella se dice que solo 3 de sus colinas eran naturales, las otras las hicieron las manos de los hombres en un intento de que la Nueva Roma, con todas las implicaciones que tenía en el inconsciente colectivo y la historia, la dotaran de los mismos logros y esplendor que la Antigua.  En la primera colina estaba el Gran Palacio de los emperadores bizantinos del que apenas quedan algunos escombros en la parte exterior de las murallas defensivas del Topkapi Sarayi, residencia imperial de los sultanes otomanos, que corona la cumbre de este primer monte y desde donde se ve el Mar de Marmara, el Bósforo y el Cuerno de Oro. Este palacio fue abandonado hacia el fin del siglo XIX en favor de los nuevos palacios construidos a lo largo del Bósforo.

Topkapi palace, Estambul

Por encima de la puerta de entrada hay unas inscripciones doradas, en escritura arábiga, cada una de ellas con un tuğra,  monograma imperial en caligrafía entrelazada. La de Fatih, el Conquistador, Mehmet II dice: “Este es un castillo bendito levantado con el consentimiento de Dios y es seguro y fuerte. Que el altísimo convierta  en eterno el sultanato del sultán de los dos mares, la sombra de Dios en los dos mundos, el servidor de Dios entre los dos horizontes, el héroe de aguas y tierra, el conquistador del baluarte de Constantinopla, el sultán Mehmet, hijo del sultán Murat, hijo del sultán Mehmet Khan, y que lo ponga por encima de la estrella polar’. Realizado en el mes del bendito Ramadán del año 883 (1.478). Me llama la atención del cuadro que ha trascendido de este sultán con unas frágiles florecillas que acerca a su nariz, una tierna imagen que contrasta con la del pensamiento de que él mismo ordenó matar a su propio hermano para evitar guerras de sucesión, cosa de acuerdo con el código otomano de fratricidio. Continuaba la tradición familiar instaurada por su abuelo Mehmet I que hacía estrangular con cordones de seda a sus pequeños hermanastros para que no lo hicieran ellos con él en conspiraciones posteriores para apoderarse con el trono. Mehmed II es también reconocido ‘por haber escrito, proclamado y aplicado lo que se considera el primer edicto de respeto a las religiones, un verdadero ejercicio legal de tolerancia. Este edicto fue hecho público por el Sultán Mehmed II para proteger los derechos básicos de los Cristianos bosnios cuando conquistó ese territorio en 1463. El documento original se protege y conserva en el monasterio franciscano católico de Fojnica.

En 1971, la ONU divulgó una traducción del documento en todos los idiomas oficiales de las Naciones Unidas. Es uno de los documentos más antiguos sobre la libertad religiosa.’

 

 

Puedo sentir el poder que tuvo el Imperio, durante tantos siglos, escuchando la fuerza de estos cantos que se aferran en su expansión ligera a través del  aire a nuestras más primitivas entendederas  y que cuando aun no ha desaparecido su estela ya están nuevamente sonando. Desde mediados del XIV a principios del XX, ocupó desde las orillas del Caspio a Marruecos, desde las fronteras de Polonia a toda la costa del Mar Negro y a las tres cuartas partes de las costas del Mediterráneo.

Instituto Cervantes de Estambul, entrada

 

Esta mañana he ido al Instituto Cervantes, junto a Plaza Taksim.
A la puerta, dan la bienvenida tres cuerpos que doblan nuestras dimensiones, tres niños, en oro, plata y cobre. Al entrar un moderno sistema de seguridad custodiado por un guarda nos recibe y después de saludar e identificarnos pasamos a la biblioteca del centro. Encontramos dos plantas con diccionarios, novela, poesía, libros de historia, literatura infantil… incluso discos y videos de Maria del Mar Bonet, Lluis Llach, Serrat, Radio Tarifa y, oh grata sorpresa, Begoña Olavide, tan ‘culpable’ como seguramente inconsciente de que las semillas que en su tiempo dejó en la tierra, florecieron perpetuando el ciclo de la vida y cuando dieron nuevamente al cielo lo que es del cielo y a la tierra lo que es de ella,  el viento de nuevo jugó con las esporas en el aire, hasta que cansado de volteretas las dejó donde menos uno piensa.

La preñada bibliotecaria que gobierna español y turco a la perfección me hace el carnet para poder disfrutar estos tres meses de libros y de inmediato lo estreno pidiendo tres discos de música sefardita que no conozco y un libro de poesía de Orhan Veli.

Al volver hacia casa llovía mucho, ya no me guarecía bastante el gorro que llevaba y llegué hecha una sopa sin letras. Cargados con bolsas de plástico con artículos que abandonan su lugar en los estantes de las tiendas para ocupar un nuevo estante en la despensa de las casas corrían las mujeres que todavía llevan pañuelo en la cabeza, pocas, o puede ser que me he acostumbrado a verlas y no me destacan en el paisaje. Llovía y bien  pero el transito seguía incesante, todavía más feroz, donde se veían repletos los taxis comunitarios, los autobuses, los simples utilitarios con chicas jóvenes que conducen y sueñon y un frenazo en un semáforo que repentinamente cambia a rojo, las despierta.

Me asomo a la ventana, hace viento. Las hojas de la palmera en el patio, apenas distinguidas por la oscuridad parecen manos de uñas largas que arañan el negro. Hace un par de horas tendía la ropa afuera, era justo el momento en que comenzaban a escucharse los cantos de los minaretes que se superponían unos en otros. El rumor del viento removía las hojas que nadie barre, que a nadie molestan y a lo lejos el sonido de los barcos con los motores y sirenas.

Pongo en marcha la radio de la dueña del apartamento, busco música con sabor turco, algunas notas que den fe de la gloria de su pasado, algunos ritmos que se asocien al ir y venir de las olas del Bósforo contra los malecones con las caras que dan al agua llenas de hierbas verdes del mar y pequeñas almejas de caparazón negro, caracoles marinos escondidos de  las corrientes y el golpeteo de botellas vacías de plástico, frutas podridas, pescados muertos que rozan  y percuten el borde con sus cuerpos duros, con sus cuerpos blandos. Pero van pasando emisoras al dial y a esta hora es todo música moderna turca: bases sintentitzadas, melodías de ney construidas con teclado y una voz turca. Me canso de darle vueltas con el índice y decido no escuchar más.

El silencio tiene sus propias canciones.

Mara Aranda presentará nuevo disco en enero de 2019 dedicado a la música sefardita turca. Este blog nos invita, en cada 
entrega, a recorrer la geografía musical del Mediterráneo 
Oriental,donde el presente y el pasado de la autora se ven 
reflejados con extractos de sus diarios personales de 
bitácora (en cursiva el pasado,en normal el momento present).

Published by Mara Aranda

Mara Aranda es una de las intérpretes más aclamadas surgidas de la escena española. Casi tres décadas durante las cuales ha investigado y cantado músicas turcas, griegas, occitanas y músicas antiguas, medievales y sefardíes, que han dejado como resultado casi una veintena de discos propios de excelente factura merecedores de premios y reconocimiento por parte de público y también de medios especializados.

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