Recuerdo perfectamente cuando nos reunimos por primera vez Maite Gil y yo misma en mi estudio. Ella traía una coca de verdura del seu poble, Onda, y una botella de vino. Había que celebrar el encuentro. La coca nos la comimos para que nos diera fuerza y el vino lo guardamos para celebrar el éxito de la intención.
Yo estaba preparando mi segundo disco, el segundo volumen de la pentalogía sonora dedicada a las principales geografías de la diáspora sefardita, en este caso a Turquía. Por aquel entonces, en mis sesiones de estudio descubrí por casualidad un personaje totalmente olvidado como otras tantísimas mujeres a lo largo de la historia: Blanquina March, partiendo de la cual había escrito una guía de la Valencia judía la profesora Marilda Azulay.
Tiré muy pronto del hilo de la falda de la madre de Lluis Vives, del cual hasta 1964 se desconocía su origen judío. Ahora lo tenemos presidiendo la antigua Universidad de Valencia, en formato escultórico, pero pocos saben quién fue, cuáles fueron sus pensamientos, que fichas movió en el tablero de la vida. Pero no es el tema de este post. Para ello necesitaríamos un congreso, muy deseado y propuesto incuso por mi parte a determinadas entidades sin que por el momento haya fructiferado el interés o sea el momento que pueda propiciarlo.
Auné en la presentación en directo las canciones sefardíes, aquellas que los judíos valencianos, saguntinos, de Dènia, de Xàtiva cantaran en el interior, la intimidad de sus casas en un pasado no tan remoto y elegí para conducir el espectáculo musical la figura de esta mujer, madre del insigne y máximo respresentante del humanismo español, valenciano, que se fue con 17 años de su tierra natal para no volver jamás (Valencia, 6 de marzo de 1492 – Brujas, 6 de mayo de 1540). Su padre, viendo la situación que comenzaba a vivirse y las persecuciones a los judíos lo envió lejos donde la mano de la inquisición no puediera llegar a rozarlo ni con los dedos. Había empezado a estudiar en la recién fundada universidad en Valencia cinco años antes, pero la ‘fuga de cerebros’ ya era entonces un facto habitual. Primero Paris, a la Sorbona donde muchos otros estudiantes de la Corona aragonesa se daban cita y donde alcanzó el grado de doctor para posteriormente trasladarse a Brujas donde se casaría con Margarita Valldaura, hija de mercaderes valencianos. Fue lector y canciller del rey VIII de Inglaterra recomendado por el cardenal Wolsey. Amigo de Tomás Moro y de la reina, esposa de Enrique VIII, Catalina __hija de los reyes Católicos__. Y escribió obras como la que se considera el primer ‘servicio organizado de asistencia social’ en el Tratado del socorro a los pobres. Nada pudo hacer cuando el rey quiso divorciarse de Catalina y por ello se le retiró la pensión real y fue expulsado de Inglaterra. Al menos conservó la cabeza.
Su padre fue condenado y quemado en 1526 y su madre, muerta de peste y enterrada en el cementerio de Xàtiva, fue desenterrada veinte años después y quemadas sus cenizas. Sus hermanas, las de Luís Vives, ganaron el juicio en el que reclamaban sus derechos sobre la dote que aportara su madre al matrimonio. Eso se tradujo en que la Inquisición reabriera el proceso, o iniciara un segundo proceso, contra su memoria. El juicio acabó con una condena que se ejecutó el 31 de enero de 1529. Ese día los huesos de Blanquina March fueron exhumados y quemados públicamente. Tan lamentable espectáculo tenía una traducción a la vida real y es que se privaba a las hermanas de Vives de cualquier derecho sobre los bienes familiares. Se les mataba, se les robaba, se les borraba de la historia de la ciudad.A excepción de su hermana, que murió en la prisión a la que fue llevada a la edad de 14 años, y su tío paterno, Jeroni, condenado a cadena perpetua, todos murieron el acto de fe que se celebró en València el 6 de septiembre de 1524. Una fecha que, por derecho propio, merece ser considerada un día de infamia para la ciudad según Marilda Azulay.
Conocemos el pensamiento de Luis Vives por sus libros y también por su relación epistolar de unas 120 cartas intercambiadas con personajes de la época como Erasmo.
En la plaza de los Pinazo, queda un pequeño muro, parte de una de las doce puertas que tenía la Valencia cristiana, por donde entraban los huertanos con sus productos para vender, de la judería valenciana. Y, para aquellos que lo desconozcan, el cementerio judío en el cap i casal (Valencia) lo tenemos debajo de la ubicación del actual Corte Inglés, en este punto que los más jóvenes llaman ‘las ruinas de la Estación de Colón’ y que se ha convertido actualmente en punto de encuentro y quedada.
Lo más parecido a un vestigio de la València judía se halla en la parte trasera del Palau Dels Valeriola, poco menos que una calle fosilizada. La calle misma, la original, por la que a buen seguro paseó Luis Vives y otros ilustres judíos valencianos como el médico setabense Lluís Alcanyís (Alcanyís, el primer catedrático de Medicina de la Universitat de València, murió en la hoguera el 25 de noviembre de 1506, quemado vivo por la Inquisición tras haber pasado más de dos años encarcelado. Un año antes, en septiembre, su esposa Eleonor Esparza sufrió la misma pena. Todos los indicios apuntan a que el proceso contra el médico fue instigado por un compañero de la Universitat, el profesor Salvador Abril quien se quedó su cátedra en una operación que, siglos después, tras la Guerra Civil, emularía otro ilustre villano de la ciudad, el también médico Marco Merenciano.)o el financiero de Cristóbal Colón, el mercader Luis de Santángel, estaba unos metros por debajo.
No puedo dejar de referirme al bien trazado circuito de Marilda, en su guía, en la que nos ilustra una realidad que podemos extrapolar para otras muchas situaciones similares en las que las pérdidas de patrimonio de cualquier tipo son inminentes. “Cuando Israel Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, tenía una tarea difícil ante él, acudía a cierto lugar del bosque, encendía un fuego y meditaba. Y aquello que él había decidido hacer, se realizaba. Una generación más tarde, cuando su discípulo se encontraba ante la necesidad de realizar la misma tarea, se dirigía al mismo lugar del bosque y decía: ‘No sabemos encender el fuego, pero aún conocemos las plegarias’. Una generación más tarde todavía, cuando el discípulo del discípulo se encontraba ante la necesidad de realizar la misma tarea, se dirigía al mismo lugar del bosque y decía: ‘No sabemos encender el fuego, no conocemos las plegarias, pero conocemos el lugar delbosque donde aquello pasó. Debe ser suficiente’. Y era suficiente. Pero una generación más tarde todavía, cuando el discípulo del discípulo del discípulo se sentaba en su sillón dorado, en su castillo, decía: ‘No sabemos encender el fuego. No conocemos las plegarias. No sabemos en qué lugar del bosque ocurrió. Pero todavía podemos contar la historia’.”Para Azulay estamos en ese punto. No tenemos las casas, ni las sinagogas, apenas unos muros sueltos aquí y allá, trozos de calle diseminados. Tampoco tenemos muchas exactitudes. Pero aún podemos contar la historia. “La casa de donde saliera Blanquina March quizás fuera la de la calle Cardona con la de Vidal, o su medianera, o estaría enfrente… Como escribió su hijo, desde la calle del Mar, ‘por la calle de la Taberna del Gallo […] bajando la calle a lo último y a mano izquierda’. Mientras mantenemos el quizás, todavía podemos contar la historia… pero también llegar a olvidarla”, advierte. Y ése es el gran peligro: que se pierda para siempre.
No, Blanquina March probablemente nunca estuvo en Morella. Pero nosotros quisimos rendir un homenaje a ese olvido al que nos tiene sometido un tirano al que no llamaré por su nombre para no dejarlo entrar en mi vida. En ‘Sefarad en el corazón de Turquía’, el disco que presentamos en el teatro en el seno del EarlyMusicMorella, el curso que se realiza anualmente en esta población. El Callejón de Fortea queda como testigo de la antigua judería morellana a la que Jaume I concedió exención total de impuestos el primer año y un gravamen no muy elevado de 20 sueldos por cabeza en los cuatro siguientes de aquellos que se instalasen en ella. Jacob Xixó, judío de Morella tenía la función de almojarife, recaudador de las rentas reales.
Maite Gil, actriz valenciana que comenzó hace más de 30 años con su carrera y desde entonces no ha dejado de subirse a los escenarios de todo el mundo nos acompañó dando vida, poniendo alma y carne a la madre de Vives. Maite, entregada a su papel no da tregua cuando una tarea de este calado se le impone, desaparece y deja que el personaje se encarne, cede su cuerpo a otro espíritu que tiene tanto que contar.
Jota Martínez, tañó los instrumentos de plectro medievales que acompañaban aquellos cantos que sonaron en el escenario de mis alumnas: Beatriz, Maite, Esperanza, Lorena, Teresa, Ángeles y los míos. A todas ellas agradezco el gran esfuerzo que supone no solamente el curso en sí en el que hay que invertir los seis sentidos sino, además, preparar el acompañamiento para las piezas en el escenario donde tuvo lugar mucho más que un concierto al uso y creo que todos los que participamos en él éramos conscientes. Se puso en valor la historia a través de unas canciones olvidadas que cantaron aquellos obligados al exilio y que arengados por los rabíes ‘iban tanyendo i kantando mujeres i mansevos‘ mientras iban saliendo a pie, haciéndose a las piedras del camino, sin poder llevar apenas más de lo que llevaban puesto, seguidos por la mirada de sus vecinos, los aprendices de sus talleres, aquellas a las que alguna partera como Margarida Salom había ayudado a traer al mundo a sus hijos…según la crónica de la expulsión del cura de los Palacios. Se revivió el suplicio de una valenciana, Blanquina March y se la acompañó en la muerte como se debe, se debe…es todavía un débito el que tenemos con el diferente, aquel al que excluimos porque no entendemos, porque estamos en la facción de los más numerosos y por eso seguros vencedores en caso de conflicto o litigio. Ángeles, en el cortejo fúnebre, durante el concierto, en el que se acompañaba a Blanquina iba detrás, llevando en las manos, como un tesoro, con la humildad de aquel que sirve, sus zapatos. Ángeles, sietemesina, sabía muy bien la responsabilidad que asumía llevando aquellos zapatos dorados. Los zapatos que habían pisado la misma tierra que ahora nosotros pisamos, en la que nacieron los hijos ‘de aquellos españoles sin patria’ como fueron llamados y sus muertos enterrados donde ahora nosotros compramos unas cacerolas de cocina en aquellos grandes almacenes, degustamos un helado, esperamos a aquellos con los que hemos quedado o nos paramos un momento en silencio porque todavía se pueden escuchar las voces de aquellos que se revuelven sin paz en sus tumbas aunque lleven centurias en ellas, sin descanso.