Turquía, entre Asia y Europa, es hermosa en sus paisajes, ciudades de gran encanto, tradiciones milenarias y una deliciosa gastronomía. He estado al menos 20 veces en el país en los últimos años, desde mi primer inter-rail hace dos décadas en pleno agosto, hasta los últimos, coincidiendo con el invierno más severo de fuertes nevadas y bajas temperaturas, casi siempre en viajes de estudios, incluyendo una temporada más larga donde viví en la ciudad.
Hoy antes de entrar al estudio de grabación he preparado una especialidad turca que aprendí cuando vivía allí: alcachofas peladas aliñadas con aceite y jugo de limón, alubias y perejil fresco. Delicioso, nutritivo, refrescante. El amor incondicional por la alcachofa cruda se remonta a cuando viví en Creta (Grcia), donde era muy tradicional y apreciada. Hasta ese momento la había comido hervida, rebozada raramente, casi siempre en hervido junto a otros vegetales. Pero aun me recuerdo en el barco de vuelta, comiendo sobre la cubierta alcachofas crudas sin más, pelar y comer. Delicatesen.
Me faltó el salep, al que echo muchísimo en tantas ocasiones. Bebida caliente, muy rica, hecha de orquídeas y rematada con canela que ofrecen en las calles los vendedores con sus carritos ambulantes por un módico precio, para combatir el duro invierno turco. Tener el vasito, a algunos grados bajo cero, en plena calle, entre las manos no tiene precio y queda grabado para siempre en el departamento cerebral de ‘cosas gratificantes’. El salep puro es ilegal exportarlo debido a que la oferta de orquídeas está agotada, por lo que sólo es consumible dentro de las fronteras turcas. La última vez en el país pude traerme algunos paquetes pero rápidamente se consumieron, incluso en verano.
Hoy hace frío, tenemos los dedos poco flexibles cuando encemos máquinas. Ponemos en marcha las estufas para templar la sala, dejamos la tetera humeante sobre la mesita y mientras aparecen los logos en pantalla de los diferentes programas de grabación pasa por mi cabeza el sueño de anoche: perros esparcidos en toda la amplitud de mi sueño, perros agresivos, era como el fin del mundo y estos animales se habían transformado. Estaba sola en un espacio exterior, había pequeños cerros y vegetación y el sueño no era luminoso, más bien lóbrego. Yo llevaba un palo largo, y lo movía en el aire y lo golpeaba en el suelo para intentar calmarlos y que volviran a su afabilidad natural, aunque no las tenía todas conmigo. Llevaba una pequeña capa roja con capucha, que mi madre le cosió a mi hija y que todavía conservo, pero llevaba la cabeza descubierta y la capucha quedaba sobre mi espalda, es el único punto de color que recuerdo en el sueño.
Ya suena la música, silencio, la función está a punto de empezar.
Año de 2006, Estambul.
Hoy es 26 de noviembre de 2006. Es nuestro tercer día juntas y hemos ido a ver ensayar a la orquesta de música otomana al palacio de Yildiz Saray donde cada día se encuentran los dos tanbures, los dos laúdes, los dos neys, los kanuns, los dos percusionıstas, los ocho cantantes y el director. Durante dos horas hemos sido espectadoras de excepción de este ensayo-preconcierto en la fila de asientos de atrás, con solamente una fila por medio de separación de los cantantes y el resto de la formación. Con la mirada fija de Kemal presidiendo la sala con el rostro iluminado por el sol que entra a última hora de la tarde por las cristaleras de la estancia, sobria.
Desde el siglo XIV al menos hay constancia de la música clásica otomana, estructurada en suites o secuencias modales que son principio común a toda la música culta del mundo islámico. Los compositores contaban con la protección y el mecenazgo de los sultanes, que la tuvieron como música oficial de la corte y tanto música como poesía eran muy apreciadas. El sultán Selim III además de melómano fue él mismo compositor, discípulo del judío sefardí Isaac Fresco Romano (conocido en Turquía como Tamburi Isak. Sus obras han pervivido hasta nuestros días y pueden encontrarse fácilmente en cd.
Al acabar el ensayo una de las intérpretes de laúd de la orquesta que nos había estado mirando, porque caíamos en su ángulo de visión, se acercó a nosotras y se presentó, a lo cual siguió un té en uno de los patios del palacio con una pequeña cafetería. Era una entusiasta defensora del papel de la mujer en países musulmanes y nos habló de grandes mujeres y del papel de las mujeres en la música otomana desde antiguo. Nos introdujo acerca del papel de la mujer también en los harenes que eran instruidas e intérpretes de algunos instrumentos y nos habló de Leyla Saz, una mujer, que creó en el siglo XIX, en su segunda mitad, la primera orquesta de corte occidental en la corte otomana que formarían sesenta mujeres elegidas del harén del palacio. Ella dejó en sus memorias retales de la vida en el interior de los muros de la residencia del sultán, de muy interesante lectura para conocer el fin de la época imperial y el paso a la República. Desafortunadamente solo se puede conseguir en turco e inglés, por el momento. Lo encontré en la biblioteca del Instituto Cervantes de Estambul y lo leí a zancadas. Te dejo aquí la referencia por si quieres profundizar más en su persona y su tiempo: The imperial harem of the sultans : daily life at the Çırağan Palace during the 19th century : memoirs of Leyla (Saz) Hanımefendi
Jane estaba de muy buen humor, aunque como siempre muy tranquila. Sonreía con especial facilidad, creo que el cansancio del viaje y el cambio de geografía y clima ya han dejado paso al bienestar por la adaptación al medio. Nos despedimos en la parada de tranvía, la veo alejarse mirando lejos, muy lejos, sin saber que yo todavía la estaba mirando.
Mara Aranda presentará nuevo disco en enero de 2019 dedicado a la música sefardita turca. Este blog nos invita, en cada entrega, a recorrer la geografía musical del Mediterráneo Oriental, donde el presente y el pasado de la autorase ven reflejados con extractos de sus diarios personales de bitácora (en cursiva los relativos a su viaje de estancia en Estambul en 2006 y en normal los de la grabación de Sefarad en el corazón de Turquía, día a día).