La sala De Profundis del convento de San Francisco de Morella, utilizada para celebrar las asambleas de los frailes que lo habitaban y también para velar a los hermanos que fallecían, mientras se cantaba el salmo ‘de profundis’, conserva uno de los pocos ejemplos de pintura mural gótica del primer cuarto del siglo XV en la Comunidad Valenciana.
Sentía vívidamente la llamada desde muchos días antes a mi llegada desde las bocas de estas tinturas y pigmentos que todavían decoran el muro del habitáculo donde se puede observar una representación, de las muchas existentes en la Baja Edad Media, de La Danza de la Muerte. En estas pinturas, frescos, del siglo XV se pueden ver personajes de los diferentes estamentos de la sociedad medieval: nobleza, clero, una prostituta, niños y al pueblo llano, cogidos de las manos, danzando en torno a la muerte.
Me quedo clavada ante la imponente Danza macabra, desarrollada como motivo en toda la literatura europea, cuyo tema es la universalidad de la muerte y el poder de igualarnos a todos seamos papas, meretrices o astronautas. Con su personificación alegórica de la Muerte como un esqueleto humano a cuyo alrededor bailan los vivos, a los que recuerda que el goce de los bienes y placeres terrenales son finitos, caducos porque todos ellos acabarán cuando acabe la vida de los que ahora danzan. Dicen los especialistas que estas danzas eran representadas teatralmente y danzadas sobre todo en estas fechas, en semana santa. Debajo de esta escena y en caracteres góticos se lee: “No é spas savi, mes és ffoll qui memoria de lal mort si vit se toll. Morir frares nos convé: mas no sabets la hora; al menys un hora al dia: aquest mon no pot durar” (No es sabio, sino necio quien de la muerte se olvida, morir hermanos debemos, pero no sabemos ni la hora, ni el día). Y aun debajo de estos mensajes encontramos un personaje que viste indumentaria de nuncio o mensajero cuya mano izquierda hace la acción de inflar un añafil adornado con un banderín tribarrado con la siguiente inscripción:
Hon es la meu tresor
la es lo teu cor
(Donde está mi tesoro está tu corazón)
‘Junto a la Danza macabra encontramos una ilustración de El Árbol de la Vida (lignum vitae) que muestra la figura de Cristo crucificado con los frutos del manzano en los lados, simbolizando la muerte del mismo transformado en árbol como símbolo de fecundidad, regeneración, ciclo natural, muerte y resurrección. Y junto a él una alusión a la Rueda de la Muerte, datado en la segunda mitad del siglo XV. Aparece una Rueda de la Fortuna y un disco solar de color rojo. En su parte superior encontramos el grupo de la muerte disparando con un arco al árbol de la vida donde se leen unas palabras en latín que salen de su boca en un filacterio ‘nemini parco’ (no perdono a nadie)‘, según estudio de Abel García.
Así como sois, así fui yo.
Tal como yo soy, así seréis.
Poco pensé en la hora de la muerte
Mientras disfruté el don del respirar
Mas ahora soy un pobre cautivo.
En el fondo de la tierra, aquí estoy
Mi gran belleza, toda, se perdió
Mi carne se pudrió hasta los huesos
Todo un enjambre de conceptos, fractales, de la consciencia, que se expanden en sus connotaciones, repercusiones, significados y sugerencias hasta el infinito y más allá, hasta ese lugar donde no existen ni tiempo ni espacio ni dimensiones superpuestas o tangenciales o paralelas. De la dualidad constante de estos elementos, por el camino que la vida y la muerte un día caminaron unidas se llega a ese otro punto donde las dimensiones se reagrupan, se pierde el sentido de la dimensión y la perspectiva y se entra en la contemplación de todo como uno.
Suenan las campanas, en unos momentos un centenar de escolares entrarán por la puerta de la iglesia, pared con estos muros, con esta estancia. Llenaran el silencio de extrañas y antiguas voces, gemidos, ululares de vientos que han tejido las ropas de destinos de todos los mortales con las que se enterró todo muerto, con sus vocecillas menudas. Vuelvo al presente, me quito las alas y las guardo ahora que aun elegir puedo.