A maitines dejamos atrás la ribera del Xúquer y nuestro feudo, entre la mar y el río. La Serra de les Agulles (Sierra de las Agujas) a nuestras espaldas iluminada por una luna casi llena va volviéndose lejana y pequeña. Entramos, todavía de camino, en esta liturgia de las horas, en los laudes, alabanzas (laudes del latín laudare que significa alabar). Damos gracias por el despertar que simbólicamente equivale a la resurrección tras el período de sueño. Hoy, entre maitines y laudes hay vigilia, en el tránsito hacia el cumplimiento de nuestra tarea.
Entre la prima y la tercia albiramos Morella, dominando el paso de Aragón al Maestrazgo, comarca histórica que discurre por el norte de Castelló y el sureste de Teruel, siendo la llave de la costa del Mediterráneo en el medievo. Imponente todavía conserva la apariencia que la hizo codiciada por tantos.
Antes de entrar al castillo, una de las fortalezas más protegidas del levante peninsular, he podido ver un mar montañas que se sucedían ininterrumpidamente hasta que la vista no alcanzaba mientras el sol renacía y lo bañaba todo de vida cálida. Desde el silencio latían las voces numerosos pueblos que dieron aquí con sus cuerpos y luego con sus calaveras: íberos, romanos, musulmanes, judíos, cristianos y otros aun antes de ellos, remontándonos hasta tres mil años A.C, según las dataciones. Piedras que guardan en sus poros el aliento de las historias vividas, alianzas, conflictos, leyendas, traiciones, dolores, profundos amores que todo lo pueden y lo pasan.
Nos afanamos por disponer nuestros instrumentos de trabajo en la iglesia de San Francisco, anexa al monasterio franciscano, donde se desarrollará a lo largo de toda la mañana una serie de tres conciertos didácticos, que se irán enlazando, dirigidos a alumnado de diferentes grados (primaria, secundaria e instituto) y que implicará la sexta, al mediodía, después del Ángelus y hasta casi la nona. Es un día especialmente frío, impropio de finales de marzo. Atravieso el elemento más antiguo del complejo, su claustro, con planta irregular y decoración sobria, propia de los edificios que albergaban a comunidades mendicantes. La iglesia y el claustro están separadas por una verja de hierro por la que entra un silbido gélido. Los pies fríos, muy fríos, pero el corazón caliente, preparándose para ejercer su gobierno.
Los instrumentos van templándose rápidamente, entibiados por el aliento en el interior de sus cavidades o el rozamiento, o el abrazo cuerpo a cuerpo con el tañedor. Pronto hasta la alta techumbre llegan las voces, como un coro impetuoso, de los primeros grupos de escolares. Los recibimos con la sonaja y el atamborete, instrumentos musicales de los que Jota Martínez habla en su libro dedicado a los instrumentos de la tradición medieval. Se suceden las historias que jalonan la historia. Les hablamos, a cada grupo en su nivel de comprensión, de la música de trovadores y juglares, en la corte de reyes y nobles y la que tuvo lugar a pie de calle, en los días de mercado o de las fiestas de los pueblos; de las trobairitz, mujeres avanzadas a su tiempo, valientes, que cantaron a sus amores, algunos consumados, sin ser los legítimos, con versos como estos que dedica la trovadora Beatriz de Dia, casada con Guillermo I de Poitiers pero enamorada del trovador Rimbaud de Orange.
Bello amigo, amable y bueno,
¿cuándo os tendré en mi poder?
¡Podría yacer a vuestro lado un atardecer
y podría daros un beso apasionado!
Sabed que tendría gran deseo
de teneros en el lugar del marido,
con la condición de que me concedierais
hacer todo lo que yo quisiera.
Hablamos de la vida en los escriptoriums del convento, cuando los monjes más diestros copian a lo sumo una o dos hojas manuscritas por día, con los dedos entumecidos del frío, la musculatura engarrotada, la visión esforzada por la poca luz que entraba debido al grosor de los muros y que acabavan escribiendo en los márgenes de algún libro ‘si alguno se lleva este libro que lo pague con la muerte, que se fría en una sartén, que lo ataquen la epilepsia y las fiebres, que lo descoyunten en la rueda y lo cuelguen’.
Les contamos el proceso de reconstrucción de estos instrumentos musicales medievales a partir de esos códices manuscritos y también de la piedra de las fachadas de iglesias y catedrales góticas y sobre todo románicas, mostrándoles contínuamente imágenes contrastadas en las proyecciones en las que ven los pergaminos miniados y los músicos de piedra. Se sorprenden alumnos y profesores cuando les presentamos uno de los instrumentos más valiosos y simbólicos de nuestra colección por ser el único ejemplar reconstruido en el mundo hasta la fecha, la cítola de Morella. Hay un revuelo natural cuando les decimos que esta cítola, antepasado de nuestras guitarras, lleva centurias viendo pasar a generaciones y generaciones de morellanos y morellanas en la Puerta de los Apóstoles de la Basílica Arciprestal, a escasos metros de donde nos encontramos.
Los asistentes acabarán tocando ritmos muy complejos, que se convierten en fáciles con una diestra conducción, con un instrumento básico: las palmas; habrán sentido el evocador sonido de campanas y platillos, crótalos y otros idiófonos percutidos por ellos mismos, acompañando piezas musicales del medievo, sentido en su regazo la vibración del salterio de acordes al tiempo que despertaban el sonido de sus cuerdas con el tañido de sus manos todavía en crecimiento, atendido a la templanza, constancia y concentración que requiere el giro de la rueda del organistrum, instrumento del siglo XII que tocaban entre dos, requiriendo de ambos sincronía, simultaneidad, resonancia. Habrán danzado culminando el baile en un abrazo.
Pronto será la nona, la hora de la misericordia, dígase del sentimiento de compasión por los que sufren y ofrecer ayuda o de la cualidad de Dios, en cuanto ser perfecto, por la cual perdona los pecados de las personas. El templo, la iglesia de Sant Francesc, aunque desacralizado y para usos culturales hoy día, sigue emplazado donde durante milenios se levantaron de otras civilizaciones otros templos.
Apenas probamos bocado y volvemos, en silencio. Ya todo se ha dicho. Son otras tres horas de viaje y llegaremos de nuevo al punto de partida, a punto para vísperas. Regresamos al punto de partida, pero los mismos no volvemos. Llevamos los bolsillos llenos de alegría serena, esa que no va visible en la cara en forma de sonrisa sino que se lleva por dentro en los pliegues del alma, intercambiada por las semillas que en ellos llevábamos y que se quedaron en aquellas otras tierras. La jornada ha sido como me contaba mi padre y, antes que él, el abuelo: de sol a sol.
Antes de las completas descansaremos y quizá podamos ver como va a su puesta el sol.
Mara Aranda es una de las intérpretes más aclamadas surgidas de la escena española. Casi tres décadas durante las cuales ha investigado y cantado músicas turcas, griegas, occitanas y músicas antiguas, medievales y sefardíes, que han dejado como resultado casi una veintena de discos propios de excelente factura merecedores de premios y reconocimiento por parte de público y también de medios especializados.
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