Un secreto

Un secreto

La causa primaria del desorden en nosotros mismos es la búsqueda de la realidad prometida por otros.

 

 

Os contaré un secreto.

Estaba destinada por vocación a la investigación. Desde mi adolescencia sabía con certeza del amor profundo al silencio, donde percibimos claramente todas las voces del mundo y los sonidos de los elementos. En ese silencio encontré el sentido del respeto, la emoción que genera el más simple de los movimientos, la conmoción del permanente descubrimiento.

Desde la quietud llegaba con buen paso a cualquier destino, estuviese o no en los mapas de mi pensamiento, estaciones de cambio o paradas más largas, todo parte de un proceso que seguía su curso.

Pero un día mi voluntad sufrió un secuestro. Y acabé dando la razón a mis captores, defendiendo sus teoremas y prácticas, amando sus resecos corazones. Y mi cuerpo de sal, en una urna de cristal permaneció dormido mil años. Mi mente hizo aquel trecho acompañando a los otros, apoyando sus causas, soportando columnaria sus vocaciones, haciendo magdalenas, teteras aromáticas, bordando con punto grueso cantos, cambiando pañales y en algunas noches arrullando llantos y entreteniendo con distracciones mi principal mandado: la custodia de la forma, mi cuerpo físico, que era la que se me había dado para realizarse en un designio concreto, pero caleidoscópico.

Un cuerpo hermoso, sano, de una fortaleza probada, comenzó a quedarse sin aire respirable en su palacio de cristal. Y la enfermedad y la corrupción encontraron abrigo en su regazo.

Cada disco grabado, cada concierto fue una experiencia de dolor, de amargura, de horror. Pero esa ‘experiencia cercana a la muerte’ hizo que se abriera un túnel, una vía alternativa. Conectada con aquel cordón umbilical al mundo, el hilo de aire que entraba en los pulmones era tan fino como si estuviera enterrada bajo tierra respirando  el que entra por una caña.

Ahora sé que lo que era una maldición y una condena era el vehículo más seguro para ordenar mis sentimientos, mis emociones desorganizadas, mis actos desarmónicos, mi falta de fe.

Hubo sordos que compusieron maravillosas obras inmortales, literatos y pensadores que transmitieron su saber sin manos, cantores que cantaron a través de un cálamo hueco. Y sé, porque la letra con sangre entra, que lo que impulsó su obra y les hizo no cejar en su empeño fue probablemente lo mismo: nada, sentirse nada y todo. Todo al unísono, a un mismo tiempo. Sentirse silencio y todo el sonido del mundo desde su comienzo. Tan simple que me sobran todas las palabras para explicarlo, tan complicado que tendría que volver a nacer de nuevo para aprenderlo.

Published by Mara Aranda

Mara Aranda es una de las intérpretes más aclamadas surgidas de la escena española. Casi tres décadas durante las cuales ha investigado y cantado músicas turcas, griegas, occitanas y músicas antiguas, medievales y sefardíes, que han dejado como resultado casi una veintena de discos propios de excelente factura merecedores de premios y reconocimiento por parte de público y también de medios especializados.

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