Hace unas horas que llegamos a casa, cambiando un paisaje donde destacaba el verde plateado de los viejos olivares jienenses, más de 60 millones de olivos que abarcan desde las llanuras del Guadalquivir hasta abrazar casi los pinares de las sierras, por arrozales que son como un manto, de verde aromático y tierno, entre la mar y las montañas corberanas.
Tierra regada por abundante agua que fluía en forma de ríos y fuentes, poseedora de gran cantidad de cultivos y abundante cereal, bosques frondosos, así como de una famosa industria de tapices y utensilios domésticos de madera que se exportaban por todo el reino y el Magreb, Jaén tenía en Al-Andalus un lugar privilegiado. En Jaén se encontraba una nutrida población judía, ya documentada en la primera década del siglo VII, pero que a partir del X, con el nacimiento en la ciudad de Hasday ibn Shaprut, médico y diplomático judío, que llegaría a ostentar el título de nagid o “príncipe de las comunidades sefardíes de al-Andalus”, realmente alcanzará su esplendor.
Nace en Jaén Ibn Shaprut en 1910 y muere en Córdoba en el 975. Vamos siguiendo el viaje vital de Hasday ibn Shaprut, de Jaén a Córdoba.
En el corazón de Jaén encontramos Úbeda, declarada junto a Baeza, patrimonio histórico de la humanidad por la Unesco. Llamada «la ciudad de los cerros», Úbeda está enclavada en la famosa comarca de La Loma, que mira hacia el valle del Guadalquivir, frente a la imponente Sierra Mágina. Hasta hace unos años, solamente existía un patrimonio claramente apreciado relacionado con el renacimiento español, por ser junto a Baeza dos de sus máximos exponentes en España. Pero con el descubrimiento de la Sinagoga del Agua, el perfil de la ciudad cambia, arrojando nuevas luces sobre la difusa, hasta entonces, historia de los judíos en estas tierras.
Llegamos unas horas antes de nuestro concierto, enmarcado en las actividades programadas en el XXVII Festival Internacional de Música y Danza Ciudad de Úbeda, y nos recibe la luz tornadiza de una tarde que augura tormenta. Llevamos mucho tiempo esperando conocer la Sinagoga, que gestiona Andrea Pezzini desde el inicio de su apertura al público. Andrea es tal y como imaginaba a partir de nuestras ya muchas conversaciones durante estos años, preparando este momento: atento, detallista con sus invitados, amante de su trabajo e infatigable defensor de la causa cultural.
Jaén vive hoy la procesión del Corpus y el casco histórico está mermado en sus accesos, difíciles ya de por sí en aquel entramado de callejuelas. Pero finalmente llegamos a las puertas de la Sinagoga del Agua. Esperamos a que salgan de su visita guiada un numerosísimo grupo de visitantes que se haya dentro de las instalaciones. Al salir pasan todos por el pasillo del recibidor en donde estamos los músicos y durante los diez minutos que dura su salida no dejo de oir halagos, palabras de gratitud,..una emoción que necesita liberarse en ese gesto de dar las gracias.
Nos instalamos en la sala principal y probamos nuestros instrumentos. El baglama con su sonido frágil y sus escalas orientales, evoca atardeceres frente a un te especiado, los pies descalzos sobre el entramado de las alfombras perfumadas con agua de rosa damascena. Durante todo el tiempo tengo una sensación muy especial, un movimiento interno que me resulta fatigoso, que me vuelve una y otra vez al momento vivido antes de mis partos.
Al acabar, Andrea nos invita a conocer el sitio y nos descubre aquel espacio enorme, imprescindible que es la Sinagoga del Agua y entiendo donde estoy y porqué no voy a olvidar nunca este lugar.
Solo la casualidad hizo que hace 8 años se descubriera a propósito de una intervención inmobiliaria. El espacio lo constituían varias viviendas contiguas y superpuestas en las que vivían hasta siete familias, entre las que se encontraba incluso una peluquería. Francisco Crespo, el empresario que tenía pensado construir unos apartamentos en el centro histórico, se enfrentó a uno de los mayores dilemas en su vida al descubrir que al empezar el trabajo de derribo aparecían los restos de una sinagoga del siglo XIV.
El descubrimiento de esta sinagoga hace reconsiderar todas las informaciones que se tenían hasta ese momento, constatándose que la antigua comunidad hebrea en Úbeda excedía los límites que hasta entonces se daban por válidos y apareciendo de mayor entidad y envergadura que lo supuesto. Imaginamos entonces en esta serie de callejuelas junto al templo de Sta. María de los Reales Alcázares, un entramado de sinagogas, mikvaot, carnicerías casher, talleres de artesanos y escuelas que conformaban la judería, una de las más importantes del Reino de Jaén, y que eran el espacio donde se desarrollaba la vida de los judíos jienenses.
Finalmente en 2010 se abre la Sinagoga del Agua al público mostrando siete salas diferentes. Comenzamos por la Sala del Inquisidor, que toma el nombre por la vivienda contigua a la que se conocía como ‘
Casa del Inquisidor, ya que en la fachada sigue luciendo escudo del Santo Oficio. Nos cuenta Andrea que ‘esta sala junto con el patio, la bodega y los hornos eran probablemente las estancias del rabino de la sinagoga.’
Avanzamos descubriendo dos columnas cuyo capitel tiene hojas de palmera que simboliza con sus siete ramas la menorah judía, el candelabro de siete brazos. Desde este patio se accede a la sinagoga propiamente dicha, espacio que ahora alberga el escenario donde daremos el concierto esa noche y donde ya están dispuestas las sillas para recibir al público. Al alzar la vista descubro la galería reservada a mujeres y niños sujeta por cuatro arcadas. En una de las paredes una rimonin, la simbólica fruta del granado que se dice que con sus 613 granos recuerda al hombre judío los 613 preceptos de la Torah (los 613 “mitzvot”).
En esta sala hay siete pozos comunicados entre sí…. en uno de ellos, el agua al fondo corre cristalina, de ahí el nombre de la sinagoga. Me acerco al pozo y miro, escucho, huelo…cierro los ojos. Siento una intensa, una antigua emoción…
Descendemos unas escaleras y la intensidad de las sensaciones crece. Nos encontramos con un mikve, el espacio reservado al baño ritual o de purificación en una sala abovedada. Sólo existen dos más en España. Construido directamente en la roca y a través de ésta y durante siglos el agua se ha filtrado y ha fluido limpia y transparente renovándose cada día.
“La mikve representa el seno materno, el agua nos remite a esa bolsa uterina en la que fuimos gestados durante nueve meses, por lo tanto, cuando una persona se introduce en el baño, es como si regresara a éste, y cuando emerge, es como si volviera a nacer. Para purificarse, uno se sumerge totalmente en las “aguas vivas” de la mikve, en donde la vida “anula la muerte”, y de esta manera la transición al estado de pureza se completa. La mikve simboliza la muerte que deja lugar a la vida”.
Aturdida por el descenso al mikve se acerca la hora del concierto: Fernando y Ana, los dueños y patronos de la Sinagoga se acercan a saludarnos. Nos cuentan cuan intensos y arduos han sido estos años intentando dinamizar, poner en valor este espacio. Finalmente se va imponiendo la justicia que lo define como un atractivo de primer orden para un tipo de visitante culto, amante de las tradiciones y de la historia…Nos cuenta Fernando cómo descubrió además un acontecimiento único, pues cada 21 de junio, durante el solsticio de verano “a las nueve de la mañana el sol comienza a trepar por la puerta de luces de la sinagoga hasta alcanzar un ventanuco que está al final de la sala. Cuando llega al punto justo los rayos del sol se proyectan de forma directa sobre el agua del mikvéh y lo inundan de luz”. Mientras me contaba cómo descubrió el fenómeno, me siento tan emocionada que pienso que apenas voy a tener fuerzas durante el concierto para decir nada después de tanto y tan importante escuchado hasta el momento.
Pero el concierto tiene que dar comienzo, la sala está llena y Jota Martínez y Abel García sobre el escenario, teniendo por testigo la torah, empuñan sendas zanfonas, ese instrumento medieval que custodia las melodías más antiguas, los ritmos más ancestrales y comienzan a sonar las primeras notas del “romance del Cautivo”. He decidido empezar a cantar desde el piso superior, tras las cortinas de la sala de las mujeres. Desciendo por las escaleras mientras avanza la canción lentamente. Ya en la estancia donde se celebra el concierto me acerco al pozo, junto a las sillas de los asistentes,…’oh, que kampos vedres, kampos de olivas…onde mi madre grazia lavava i espandia”…así cuenta la cristiana, cautiva de los moros, como reconoce su tierra al ver los olivares.
Se suceden las canciones sefardíes y me van volviendo las fuerzas, empiezan a brotarme pequeñas hojas entre los dedos, primero imperceptiblemente, después en evidencia…son hojas nuevas, brotes germinados con un agua de Vida que sigue animando nuestra actividad, nuestra vida que se nutre, que se alimenta de historias tan bellas y poderosas, de personas con tanta valentía y coraje, con tanta dedicación e inspiración como Ana y Fernando.
Precisamente hoy, 11 de junio de 2015, cuando escribo estas líneas, se ha aprobado la ley que concede la nacionalidad española a los sefardíes. Una ley que según el ministro de Justicia ‘dice mucho de lo que fuimos en el pasado y de lo que somos hoy los españoles y lo que queremos ser en el futuro, una España abierta, diversa y tolerante”. Sirvan espacios únicos como la Sinagoga del Agua como lugar para la cultura donde tienen lugar conciertos de música sefardí, festivales de música medieval, presentaciones de libros, y como no, conmemoraciones y conferencias sobre la cultura y las fiestas judías, para servir a esa España que quiere ser justa con su pasado y generosa con su presente y contribuir a crear hombres ricos en valores, sensibles e inteligentes, cada día más justos.
Gracias Ana!
Gracias Fernando!
Gracias Andrea!
Desde el min. 11.30 al 24.00