Llego de nuevo a Córdoba. Tantas veces se han encaminado mis pasos hacia esta ciudad que ya es más que familiar. La visito como se visita a alguien a quien se ha querido mucho, a quien le unen recuerdos de una vivencia estrecha, de un tiempo pasado en comunión. Me reciben las calles y plazas festoneadas de naranjos que empiezan a querer dar a entender al aire la primavera.
El blanco azahar comienza a entrar en esa última fase antes de abrirse al mundo y de ofrecerse humilde y pleno a nuestros sentidos. Nos regala la vida mucho más de lo que pudiéramos albirar en sueños.
Camino despacio, intentando robarle tiempo al tiempo. Pero mis deseos no son órdenes para ese orden de cosas que nos superan, ese Universo que tiene sus razones y su sentido, aunque sea pocas veces entendido por nosotros. La iglesia de la Magdalena se abre puntualmente para dar paso a nuestro concierto. Se llenan los bancos en esta XVIII edición del festival dedicado a las Tres Culturas de un público espectante, fiel al ciclo, sensible y respetuoso que aguarda con el corazón en las manos.
Hay un hombre que llora, sentado en un banco, mientras escucha el concierto y empuña en la mano un pañuelo. Quién sabe qué pena hace que zozobre su alma y lleve sus ojos y sus lágrimas en ese frágil barquichuelo. Imagino que ese hombre esta llorando lo que todos debiéramos haber llorado y está purgando los pecados y las culpas de la Humanidad entera. Y yo me sumo a su dolor, cantando en una explosión de contento.’ Una gota de alegría puede disolver un océano de pena¡’.
Terminado el concierto volvemos a cerrar nuestros corazones y los portatrajes y, como por arte de magia, estamos ante una mesa que muestra las más exquisitas viandas, platillos aromatizados con albahaca, hierbabuena, comino, cilantro, jengibre y sazonados con aceite de sésamo y pistaches o almendras.
Conversamos distendidamente e intercambiamos impresiones sobre el concierto que acaba de acontecer en el corazón de esta Córdoba sultana. Por la ventana la miro y me mira, qué alta está esta noche la luna!, no la alcanzaríamos ni con la escalera más larga. Me vienen a la mente los versos de un cordobés, que reflexionó hace mil años, sobre la verdadera esencia del amor intentando descubrir lo que tiene de común e inmutable a través de los siglos y lo inmortalizó en ‘El collar de la Paloma’.
¿No ves la candela? Recién encendida,
cuando empieza a lucir, la apaga un soplo.
Pero, cuando prenden en ella llama y fuego,
tu mismo soplo la aviva y la propaga.
Ibn Hazm