La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada.
Las palabras de Soren Kierkegaard sonaban bien, así que hicimos maletas y después de haber celebrado las jornadas en Sagunto y Córdoba con sendos conciertos, fuimos hasta Calahorra, también perteneciente a la red de juderías española, para experimentar el pálpito de esta ciudad que aunque conserva escasas muestras tangibles de su pasado, el solo hecho de encontrarrnos allí in situ leyendo las páginas de su pretérita historia donde acontecieron los hechos, de una realidad común se pasaba a lo plástico y animado. La gran cantidad de documentación relativa que íbamos consultando, estimulaba la capacidad de recrear y revivir lo pasado. Entramos en las calles de la antigua judería, estrechas, laberínticas, muchas de ellas sin salida, con casas que conservaban sus patios traseros y miradores o balcones al Ebro o al Cidacos.
Los judíos de Calahorra ocupaban el sector más elevado de la localidad, el que se encontraba en las proximidades del castillo y de la iglesia del Salvador, hoy en día dedicada a San Francisco.
En el siglo XIV los judíos calagurritanos consolidaron su ubicación en este sector urbano, de forma que en el año 1336 adquirieron del cabildo catedralicio, mediante permuta, el espacio conocido como El Castellar o la Villanueva, la Torre de la Cantonera y la mitad de la Torre Mayor, todo ello situado en las proximidades del actual Rasillo de San Francisco, extendiéndose hacia el Portillo de las Eras de Abajo, al sur de la localidad.
La judería estaba totalmente rodeada por una muralla, en la que se abría al menos una puerta, como se afirma en diversos documentos del siglo XV, en los que se hace referencia a la llamada Puerta de la Judería. En el documento de permuta de 1336, se autorizaba a los judíos a:
«Alçar el adarve dentro de la iuderia quanto quisieren, porque sea más firme e fuerte la iuderia.»
La judería cupaba el emplazamiento de la antigua acrópolis de la Calagurris romana, y se hallaba próxima al castillo medieval.
Entre los escasos restos materiales que se han conservado del pasado judío de Calahorra, ocupa un lugar destacado los fragmentos de una Torá sinagogal que se guardan en el Archivo de la Catedral y que conservan fragmentos del libro del Éxodo, desde Éx- IV, 18 a XI, 10.
Los fragmentos de la Torá han llegado hasta nuestros días gracias a su utilización como cubierta para dos tomos de las Actas del Cabildo Catedralicio, en concreto, para los volúmenes correspondientes a los años 1451-1460 y 1470-1476.
Estos fragmentos pertenecían a un largo rollo que contenía el texto de la Torá compuesto de pliegos cosidos entre sí y que conformarían una tiras horizontalmente muy largas, que se enrollaban en cada uno de los extremos a sendas varas de madera. Para el cosido de unos y otros pliegos se utilizaba, normalmente, tendones procedentes de la pata trasera de un animal cásher o apto para el consumo por los judíos.
La caligrafía se cuida al máximo y la tinta es de gran calidad. La longitud del manuscrito completo sería de unos cuarenta metros.
El pergamino de base tiene trazas de haber sido reutilizado, y todavía se pueden observar restos de una escritura anterior borrada para reaprovechar el material, lo que da al manuscrito un valor aún mayor según información de la completa caminosdesefarad.com.
Después de la visita asistimos a una actividad de narración musicada de cuentos sefardíes a cargo de Carles García Domingo y Jota Martínez, tras lo cual bay una cena sefardí: adafina, musaka, ensalada de apio y remolacha, hojuelas de melocotón y un buen vino Kosher para ligar tan deliciosas viandas.
De vuelta al hotel recordamos la figura de Abraham ibn Ezrá (c. 1089-1167), vive durante su juventud en al-Andalus (en Córdoba, Sevilla y Lucena) donde se forma en la cultura judía en árabe.
Hacia 1140 decide abandonar Sefarad para viajar por el Norte de África, probablemente en compañía de Yehudá ha-Leví, y Europa. Se convierte así en un sabio errante, bien acogido por un saber que va transmitiendo a las comunidades que visita: las de Beziers y Narbona en Francia, Roma, Inglaterra, etc.
Su figura polifacética deja una profunda huella en toda la vida intelectual de los judíos de Europa. Sus comentarios bíblicos se cuentan entre los más apreciados en el mundo judío; sus gramáticas son una síntesis vulgarizadora del saber filológico del siglo XI andalusí al que hasta entonces no se había podido acceder por desconocimiento del árabe e introdujo en Occidente los conceptos matemáticos de las fracciones y los decimales.
Murió hacia 1167, según algunos historiadores en Calahorra. Tal fue su fama, que uno de los cráteres de la luna, de 42 kilómetros de diámetro, lleva actualmente su nombre: Abenezrá.
Me despido con un poema que después del viaje en el tiempo vivido deja huella:
La palomilla que anida en la copa de un árbol del jardín de las especies
¿por qué llora?
¿Acaso el torrente le niega sus aguas
y la rama de la palmera su sombra? Sus pequeñuelos a su lado gorjean
y ella de su boca les enseña su canción.
Llora, paloma, por el errante viajero
y por sus hijos ausentes,
que él sabe que no hay quien les dé de comer; no encuentra quien haya visto sus rostros
y no puede a nadie por ellos preguntar,
si no es el nigromante o agorero.
Gime por él, paloma, y lamenta su destierro, y no despliegues ante él alegría ni canción, mas préstale tus alas
para que pueda a los suyos volar,
y se alegre al tocar el polvo de la tierra.
(de Poemas del destierro)