Siempre hemos escuchado hablar de la historia de las llaves que los judíos al ser expulsados de la Península se llevaron consigo. Eran las que abrían las puertas de las casas que dejaban atrás. Casas, huertas, talleres de artesanos, pozos, bibliotecas y escuelas, hijos que no llegaron a conocer la mancebez y a los que dio cobijo la tierra… todo quedaba atrás y delante un futuro incierto y la pena de ser arrancados del regazo de la madre que nacer les viera.
Incluso en algunas tiendas de anticuarios se venden como auténticas esas llaves. Son, sin duda, todo un símbolo de esperanza. Dicen que los que marchaban lo hicieron pensando en que habían de volver y por eso se custodiaban y se entregaban de generación en generación, como la más preciada de las pertenencias. También los moriscos hicieron lo mismo con sus llaves, así nos lo cuentan. Pero ninguno de ellos consiguió jamás volver a poner ninguna de esas llaves en sus antiguas cerraduras. El tiempo derribo los muros y cayeron vencidas aquellas entradas y cubiertas de musgo tierno aquellas piedras.
Encontré, casualmente, la llave de hierro que había construido Pablo Valdelvira para abrir el estuche que guardaba un instrumento, por cierto, un tambor de cuerdas. Inmediatamente, se reordenó todo el puzzle y tomó todo su sentido aquella llave dentro de este trabajo musical que ya toca a su fin: Sefarad en el corazón de Marruecos. Era una llave en forma de corazón que albergaba otro corazón. dos realidades palpitantes, de autoridad central, como lo es el órgano corazón para un organismo humano.
Es este un disco que finalmente será el primer volúmen de cinco, que constituirán una colección que lleva por título Diáspora. Dedicado el conjunto a las geografías que los sefardíes conocieron tras su salida forzosa de Sefarad. Así pues, ese pueblo, ese ente vital con su pulso propio, pasaría a integrarse en otra entidad. Independientes las dos pero imbricadas a tal nivel de profundidad que servirían al unísono a aquella realidad mayor que las albergaba y custodiaba a ambas.
Nada me pareció tan oportuno y revelador como aquella bendita llave de Valdelvira, todo un símbolo de vida que se nutre de vida, tan evidente era.
Finalmente, tras años de interpretar este repertorio mi sentir me dice que esas llaves son un símbolo por el que no olvidaremos aquello que abrieran y que quedó cerrado para siempre. Pero trascendiendo esa realidad hay un punto luminoso, un espejito que juguetea con nosotros desviando la luz solar hacia el punto concreto que nos hace cerrar los ojos. Eso es, cierren los ojos, escuchen estas canciones que se hicieron con amor y por amor. No sabemos cómo se llamaban aquellos que las compusieron, ni su alcurnia ni su dios. Solo sabemos que guiados por un sentimiento profundo o el deseo de dejar constancia de una historia que bien mereciera pasar a la Historia hicieron que así sucediera. Podrán conmoverse y sentir, anhelar, dolerse o gritar de contento, añorar o amar con la ferocidad con la que las escribieron hicieran.
Ahora ya saben donde está la llave y saben donde está la puerta. Decidan si quieren abrir y pasar o quedarse afuera.