El mundo de las relaciones personales es harto difícil en estos tiempos que corren y en los que corrieron por lo que sé, por aquello que he podido experimentar hasta el momento y por todo lo que me cuentan los que antes me precedieron.
He tenido sensaciones, emociones, pensamientos o sentimientos en una relación tú a tú, independientemente de si era algo ocasional o de largo recorrido de las que no me enorgullezco. He metido muchas veces la pata,
el brazo,
y hasta el cuerpo entero.
Conforme he ido creciendo y siendo la que ahora soy he vivenciado claramente que la humanidad en su conjunto y en cada uno de sus miembros es extremadamente frágil, delicada como una amapola que sabe que no resistirá el embate de cualquier viento. Con el tiempo me he hecho consciente de la importancia de domar las maderas de mis panderos, para que mis pieles, una vez en el bastidor, suenen en una nota que haga resonar por simpatía, según las leyes de la física, en esa misma ordenación, otros cuerpos.
Solo con ver y sentir he aprendido y perseverado en el ejercicio del callar, por eso precisamente creo que he aprendido lo que hasta ahora puedo contar y cantar.
Demasiados movimientos al mismo tiempo, demasiadas emociones que convergen en un mismo lugar como afiladas puntas de diamante han curtido la piel de mi alma. Cuando se hace el silencio en la sala y las luces se atenúan para que de paso lo que los programadores y vendedores de catálogos llaman el espectáculo, desaparece la realidad, la necesidad de respirar se hace imperiosa, como si supiésemos que únicamente tenemos el aire que queda en la bolsa que nos cubre la cabeza, que pronto se reduce a nada. Se abre el túnel y, en lo que se tarda en abrir los ojos después de cerrrlos en parpadeo, ya estás al otro lado. Allí te reencuentras con ánimas serenas, que conocen la no espera. También con aquellas preparadas para juzgar porque otro día fueron injustamente juzgadas o porque no pudieron hacerlo con aquellos a los que hubieran querido hacerlo, con máquinas especiales diseñadas por espectrales maestros para detectar imperfecciones, faltas y defectos. Unas maldicen, otras rezan. Desde el escenario se ve oscuridad en las gradas y ocasionalmente, cuando la luz incide sobre ella, el brillo como una pequeña linterna, de la parte húmeda y blanda de los ojos de los que observan calladamente, eso creen. Pero se pueden oir una a una de las conmociones de sus almas. Uno también escucha cuando canta.
Después de tanto ajetreo emocional, la ley de la balanza se impone. Y vuelvo una y otra vez a la fuente original donde siempre dejo una moneda, pequeña, para poder volver. Ars longa vita brevis.
Cuanto más conozco a los hombres, más me atrae la piedra, el arte más perdurable, que habla al corazón del hombre y a su inteligencia más profunda. Y dentro de las muestras que sobre ella dejaron antes otros: canteros, maestros escultores, aprendices aventajados o menores, el románico me deslumbra con su excelencia manifestada en la imaginación de su escultura, la armonía de sus volúmenes y también su imperfección primitiva. El arte medieval desde el punto de vista fundamentalmente simbólico es una de las aproximaciones que podemos hacer, pero no la única.
Estamos en Uncastillo, haciendo una visita guiada y quizá nunca mejor dicho. Hemos conocido su judería, impresionante. Después cambiamos de tercio y siguiendo el curso del río Riguel que canta, siempre llorando hasta que sus lágrimas se secan entre las piedras, dirigimos nuestros pasos para ver la impronta románica en esta villa. Santa María, San Martín, San Felices, San Juan, San Lorenzo y San Miguel. No nos dejamos por ver ni una sola de las que están abiertas y visitables y nuestros ojos, al final del día, vuelven con dolor por el ejercicio de tanto asombro. Necesitaríamos ponerlos un rato fijos en la caja tonta para desquitarnos de tal empacho de belleza, pero no es santo de nuestra devoción, así que no hacemos uso de ella, con franqueza.
Lo mire como lo mire, sé que tengo una posible relación con la belleza.