Seguimos avanzando a zacadas en la grabación de Sefarad en el corazón de Turquía. Hoy hace viento frío, en algún lugar debe estar ya nevando, han bajado mucho las temperaturas y los cristales en el interior del estudio comienzan a empañarse. Se encienden las luces de las pantallas, ecualizadores, compresores. El silencio siempre es el preludio del sonido. Me gusta empezar el día escuchando lo invisible, lo callado, lo que no tiene nombre ni forma.
La música clásica otomana, hasta donde pudimos comprobar por su vigencia en pleno siglo XXI, se estructura e interpreta desde cuatro estamentos: las fanfarrias de la música militar o mehterana; la mevleviana, de inspiración religiosa sufí de la que ya hablamos brevemente en otro post; Enderun (la escuela musical de la corte); y la meshjana, practicada sobre todo por los alumnos de las escuelas privadas de música según el criterio de cada maestro, con lo cual era de uso minoritario.
Los instrumentos más habituales de la música otomana eran el oud (laúd árabe), el kanun (una especie de cítara que se toca apoyado sobre las piernas con unos plectros que se acoplan a los dedos), el ney (del que ya hablamos en un post anterior, precursor de la flauta moderna), el tambur (instrumento de cuerda de mango muy largo), el santur (parecido al címbalo o dulcémele del que hablamos también con anterioridad), la kemença (o kemanche, instrumento persa de cuerda frotada), el çeng (arpa turca) y el bağlama, de la familia de los laúdes).
Intérprete de kanoun, ilustración de 1859
Hay un respetuoso silencio en la sala, Azam Kirko, el intérprete de Kanun sirio ha sacado su instrumento de la funda y lo sostiene sobre sus piernas en silencio después de haberlo templado.
Según el artículo del neurólogo Pablo Irimia ‘el silencio facilita el control de la tensión arterial (baja el riesgo cardiovascular, previniendo dolencias del corazón e ictus) y predispone a los beneficios de una vida reflexiva. El pensamiento profundo y meditado genera nuevas conexiones entre neuronas. Es decir, una vida intelectual activa, que requiere concentración y, por tanto, silencio, cumple un papel protector en afecciones neuronales’
Aun con el revelador artículo, que solamente confirma lo que uno en viva consciencia puede experimentar. La ausencia de sonido forma parte de mi vida como una divinidad protectora y fecunda. Necesito silencio más que el alimento físico porque él, en sí mismo, tiene un poder nutricio, enriquecedor y transformador de la consciencia, que me hace ver claramente mis auténticas necesidades, que en realidad son bien pocas y, algo aun más importante, me encuentro frente a mi misma, me escucho exactamente en lo que soy. Y esto es algo que a mucha gente le produce un temor extremo: saber quien es cuando todo decorado y aditamento ha desaparecido y queda la presencia de uno mismo ante el espejo de su consciencia y entendimiento. Parece que es más fácil rodearse de ruido y evitar ese encontronazo.
Leí hace unos años el libro ‘ el silencio en la era del ruido) de Erling Kagge que atravesó la Antártida a pie en la más absoluta soledad, 1.310 kilómetros y 52 días, sin radio ni guía. El autor decía algo en lo que resonaba profundamente, después de muchos años de hacer meditación: el ruido no solamente es producido por el sonido sino también por el movimiento de la mente, las imagenes, expectaciones, distracciones, pensamientos compulsivos…seguimos trabajando para conseguir el grado 0 de silencio.
Azam, siguiendo las indicaciones del técnico comienza a tañer su instrumento para las tomas de sonido previas a la grabación definitiva. Se rectifica la posición de la microfonía algunas veces hasta que se consigue que entre su sonido en su mayor naturalidad a través de ese soporte que necesariamente necesitamos para grabar los discos.
Comienza el viaje guiado por las 78 cuerdas de este instrumento apreciado en todo el Medio Oriente, como una gran barcaza. Los dedos de Azam se deslizan unas veces delicadamente por el nylon tenso otras pulsando con un increible vigor y energía que con su onda expansiva traspasan las delgadas paredes de mi constitución física hasta llegar a no sé que punto exacto de mi interioridad que entra en resonancia y cuando Azam infunde su álito táctil a la cuerda es como si también lo hiciera sobre mi ‘algo’.
Nunca faltará una sonrisa en su cara cuando te mira, Azam es un virtuoso de su instrumento y un increible compañero de travesía. Nos acerca a paisajes que nunca hemos conocido, lejos de aquello que musicalmente hemos experimentado, por eso enriquece en tanto las canciones escogidas para que el kanoun las vista. Vamos viendo como desde las enaguas de fino tejido hasta el cubre-cabello con que remata sus vestiduras, la canción se ha transformado en una hermosa y bien aderezada dama.
Salimos a recobrar fuerzas llevando del brazo a la galana.
2006, Estambul
La casa me da seguridad. Está en un barrio tranquilo, de gente trabajadora. No es como en Aksaray, el barrio donde he estado en tantos viajes pernoctando en hoteles desde donde se escuchaban batidas policiales, persecuciones, gritos, disparos. Una zona de hoteles de fin de semana para grupos que por una u otra circunstancia buscan alojamiento barato.
El jardín, que tiene las mismas dimensiones que la casa, da al patio del colegio del barrio. Por el día, mientras estudio o escribo, se escuchan risas, los juegos de los niños que salen a jugar y alguna que otra llantina. Miro al cielo, los días han sido grises y fríos desde que he llegado, solamente he visto el sol un par de días, débil y extenuado después del verano en el que debe haber dado todo de sí. La ropa en el tendedero, aunque está resguardado por un tejadillo ya lleva casi tres días queriéndose secar, pero la humedad impide el proceso.
Salgo de casa para ir al centro. Las nubes sobre los minaretes, alargados o hinchados de agua, más grises que el asfalto inacabable de calles en esta metrópolis donde conviven doce millones de almas, oscurecen las aguas donde se hunden los hilos ilusionados de los pescadores sobre el puente de Galata. Mientras, arriba y abajo, siempre encuentro a aquel hombre, una vez niño, que espera junto a la caña y el cubo vacío, para robar a las aguas un estupendo pescado mientras el vendedor de té caliente pasa clamando su mercancía.
De pie, durante horas, con la caña al lado, casi siempre en silencio. No se escuchan grandes conversaciones. Y de cada treinta o cuarenta hombre de pie hay uno sentado en una mesita en la que expone sus mercaderías: anzuelitos, hilo de pescar, plomos…artículos que pueden interesar a los pescadores. Y cada sesenta o setenta un carrito con un sistema de parrillas para asar el pescado que lleva también cebolla y tomate crudo para ponerlo al gusto del comensal entre el pan. Si topas con algún vendedor más fino le dará en los hierros al rojo vivo vuelta y vuelta y lo dejará crujiente por fuera, al punto por dentro y sabroso. Qué bocado máx exquisito que quieren arrancar de la boca las leyes de la comudiad europea a la que aspira este país.
El olor proveniente de las fumarolas que vienen de estos carritos asando el pescado llega a los viandantes, incluso antes de poner los pies en el puente. Imposible declinar la apetitosa posibilidad de participar en el intercambio con el cocinero de calle que ha sacado incluso, a un punto de estar bien cocinado el uso central y las aletas dejándolo a punto de bocado. Camino y por un momento ralentizo mi paso para volver a ver de nuevo el espectáculo, al cruzar el puente de la barca, flotando sobre el agua donde unas grandes parrillas cocinan, dirigidas por dos hombres que vigilan el pescado y un tercero sirve los panes con pescado. Por encima del murete que rodea al puente y aquí y allá, unos y otros meriendan, cenan, almuerzan o desayunan, quien sabe, a esta hora de la tarde.
Por la noche la barquichuela está alumbrada por dos o tres perillas de luz blanca que hacen aun más intenso, más alimenticio el humo de las parrillas trabajando a toda máquina. Perejil, limón partido para aderezar tan bien pensada combinación.
Al acabar de cruzar Galata köprüsü la diferencia de temperatura es notoria. Siempre sopla un viento a esta parte que me obliga a darme otra vuelta al foular permanentemente protegiendo el cuello. Acelero el paso, sino no llego.
Mara Aranda presentará nuevo disco en enero de 2019 dedicadoa la música sefardita turca. Este blog nos invita, en cada entrega, a recorrer la geografía musical del Mediterráneo Oriental,donde el presente y el pasado de la autora se ven reflejados con extractos de sus diarios personales de bitácora (en cursiva el pasado,en normal el momento actual).